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15 años de periodismo musical

Hace exactamente 15 años yo estaba en el Wembley Arena de Londres y tenía delante, por primera vez en mi vida, a Robert Plant. Unas horas después firmaba mi primera crónica para la ya extinta web mundomusica, germen de lo que más tarde ha sido musicopolis.

El empujón de mi amigo David Fraga fue certero y mi vida ya no puede entenderse sin el periodismo musical, profesión secundaria en lo económico pero principal en vivencias y alegrías. 180 meses después, ya no sé ir a un concierto sin repasar la biografía de la banda, otear la sala en busca de compañeros, saludar al promotor de turno o hacer una foto al setlist al terminar.

Los primeros años de musicopolis fueron vertiginosos, con varios meses donde superamos el millón de visitas (en un mundo donde los líderes por entonces, la desaparecida Rolling Stone España, apenas llegaba a los 10M). En nuestras páginas escribían cerca de 30 redactores y fotógrafos, abrimos decenas de webs temáticas (las granjas de blogs que se llevaban en aquellos tiempos), varias “sucursales” en países latinoamericanos y, de verdad que aún no sé cómo, me convertí en el editor y director de todo esto.

También nos adentramos en el mundo de las revistas para tablets en una época donde el iPad apenas tenía 4 años de vida. Aunque las revistas Nevermind y Playlist apenas aguantaron económicamente 9 números, esa temporada 2014-2015 fue para evocar siempre, con la gran experiencia que fue para mí ser el director adjunto del gran capitán Rubén “Club de música” González, con sus siempre acertadas -y nunca breves- diatribas sobre el estado de la música y el periodismo musical en este país. “Es muy fácil ser periodista de Metallica, el verdadero periodismo no está ahí”.

Pasaron los años, el negocio de internet menguó y musicopolis nunca dio el salto económico que sí dieron otras webs, así que, para bien o para mal (siempre Rosendo) se convirtió en actividad secundaria. Sin ingresos, sin la regularidad deseada, pero siempre con el veneno dentro de escribir sobre este grupo que veo o la curiosidad de entrevistar a un artista que venero (creedme, no siempre es buena idea). Me sacudo la morriña pensando en que yo -por lo menos- no tengo que entrevistar a bandas infumables para que me compren un banner o no me eche mi jefe.

También he escrito para el periódico Club de música (en papel), del ya mencionado Rubén, el Joe Strummer de Batán. Algún texto ha caído en la web Solo Rock del gran Alex García, gran compañero de viajes musicales, ya sea a Londres, Barcelona, dondequiera que toquen Dictators o Roskilde, donde hemos compartido tienda de campaña, barro hasta las rodillas, spaguettis y, por supuesto, Orange Feeling.

Pero el medio de la “competencia” donde más he escrito ha sido en Mercadeo Pop, la venopunzante web de David “Galko” Gallardo, enorme faro en este mundo donde el brillo termina en cuanto te adentras en él y atisbas las muchas miserias del negocio. “La vida es lo que pasa entre dos conciertos de U2”. Dicho lo cual, el Lester Bangs de Carabanchel es más estrella del rock que muchos de los que se suben a las tablas y aún recuerdo cómo nos miramos cuando Axl Rose atacó High Voltage en el día más feliz de su vida.

El amateurismo -como el baloncesto anterior a 1992- tiene la ventaja de la cercanía y la complicidad. “Sois un medio muy sano” me soltó un día Diego RJ, alguien que nos ayudó mucho en nuestros inicios. Otro apoyo fundamental fue el de Luismi Villarrubia, gracias a él, de un día para otro, nos encontramos con que varias promotoras y artistas nos daban su confianza. Me acordaré siempre del reportaje sobre el trabajo de un road manager en un concierto.

No tener que vender es no tener que venderse, poder entrevistar al artista que te apetece y no tener que redactar hagiográficas reseñas, cuatro previas y una entrevista para poder pasar el corte mínimo necesario para poder optar a una acreditación en según qué promotoras. Curiosidades sobre artistas que te mienten a la cara o sobre promotoras que te responden a una solicitud de acreditación con el evento ya comenzado tengo muchas, pero las dejamos para otra ocasión. Ac-Cent-Tchu-Ate the Positive

Fe de erratas, las ha habido y muchas. Entre mis errores “favoritos”, confundir canciones, como No Fun con Fun House en un concierto de Iggy Pop (no existía setlist.fm, listillo), o preguntar a un cantante sobre el motivo de sus letras tristes cuando, por culpa de mi deficiente documentación, no me había enterado de que había enviudado dramáticamente meses antes. Tierra trágame.

Lo más enriquecedor es cuando las relaciones con la gente del mundillo van más allá de lo profesional y se convierte en amistad, en admiración, algo que no pasa demasiadas veces. Recuerdo como si fuera ayer una noche postconcierto con Chris “Christobalín” Barron, donde pude atestiguar que la cualidad máxima de una estrella del rock es la empatía. También me he cruzado en muchas ocasiones con Toño Villar: Lex Makoto, Wolfest, Siroco, Tucho… hasta me lo suelo encontrar en mi restaurante favorito. Un megacrack en todos los frentes.

Creo que nada gana a la sensación de presenciar un concierto colosal, uno de ver la luz, de salir sonriendo y llorando al mismo tiempo y, de repente, darse cuenta de que los músicos… joder, ¡es que son mis amigos!, si parece que están más contentos de verme que yo a ellos. Este sentimiento imbatible lo tengo en cada concierto de Kitai o Calequi.

Es complicado estimar el número de conciertos a los que he ido, incluso antes de nacer ya estuve en bastantes ¿he dicho ya que mi madre tiene un Grammy?. Según se acercaba la fecha de este aniversario he intentado, al menos, calcular los de los últimos 15 años, y puede que sean 3000. Me cuadra. No son tantos. Son menos de 4 por semana y, para compensar las épocas flojas, tenemos festivales como Roskilde, donde cada día ves 15 bandas.

Siempre que escribo intento cumplir el consejo que me dio Ángel Del Olmo, uno de los primeros redactores de musicopolis: “Nunca hay que sentar cátedra, sino ser didácticos y amenos”. Aunque, al final, uno escribe para sí mismo, para echar una mirada atrás, como recordatorio para su yo del futuro. Como este texto 15 años después. Nos vemos en los conciertos.

Rafael Mozún
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