Al echar la vista atrás y asimilar el cambio que ha pegado Marah de un año para otro, podemos sonreír complacientes como un padre que recupera la fe en el hijo descarriado, ese que un día se fue de una forma tan virulenta que parecía imposible que fuera a regresar. Porque comparando la actuación de la formación americana que presenciamos en el difunto Luna Lunera en el verano del 2010 y la que tuvimos la inmensa fortuna de contemplar el pasado 5 de octubre en la madrileña sala Heineken, podemos asegurar que lo de Marah no es sólo un renacimiento rockero, es una auténtica resurrección. La codicia de los políticos y todos los recortes sociales y culturales que estamos sufriendo en estos tiempos se llevó de Sos del Rey Católico uno de los mejores festivales que ha tenido este país, pero Serge Bielanko ha devuelto a Marah la fuerza, estilo y actitud que siempre les había caracterizado.

Es innegable que su popularidad se ha visto bastante resentida en los dos últimos años. Ya no son aquel grupo que abarrotaba la Joy Eslava en el 2008. De hecho, las circunstancias con las que todos convivimos día a día, provocaron que apenas 250 personas acudieran a la Heineken a contemplar su reconquista. Ha llegado un punto en el que la oferta supera a la demanda y el hecho de que Clem Snide y Delta Saints (puedes leer la crónica de estos últimos aquí) también actuarán aquella noche en Madrid, hizo que este concierto supusiera un pequeño batacazo. De todos modos, siempre es importante agradecer a promotores como Gruta 77 y Noise on Tour que sigan haciendo posible veladas como esta. Más de dos horas de auténtica magia que puedo sentenciar sin tirarme de la moto que supusieron uno de los mejores conciertos de rock and roll del último lustro.

Bien es cierto que este bendito cambio no supuso del todo una sorpresa. Si había algo que pudiera salvar a Marah del desastre, eso era el regreso de Serge. Los hermanos Bielanko volvían a estar unidos de nuevo encima del escenario, logrando ese vínculo único que hace que podamos flotar ante esta máquina perfecta. Desde que el mayor de los hermanos dejara la carretera para dedicarse a su familia, los cimientos se tambalearon, dejando a la formación al borde del derrumbe. Esta época gris de Marah estuvo protagonizada por un autodestructivo Dave, víctima del declive etílico, además de la teclista Christine Smith y su excesivo protagonismo. Un disco mediocre, Life is a problem, y conciertos como el del Luna Lunera, o el de la gira benéfica Light of a Day (junto a otros como Jesse Malin o Willie Nile) en el que se largó nada más empezar el recital por un estúpido berrinche con el técnico. Sea como fuere y visto lo visto, aquello es agua pasada y a fuerza de rock and roll, nuestra esperanza ha sido totalmente renovada.

Con algo más de media hora de retraso, la banda de Filadelfia entró en escena, cálidamente abrazados por la discreta parroquia que acudió a recibirles. Dave con su particular y habitual atuendo: gorro forrado, chaqueta y botas de nieve; Serge, más fondón y sonriente que nunca. Y bajo la proyección en la pantalla de leds de “The last band of rock and roll” defendieron el eslogan con una entereza que hizo que nos lo creyéramos. Como no había un disco que presentar, porque Life is a problem no cuenta, volvieron a presentarse a ellos mismos. Hola, muy buenas, somos Marah. Esta vez de verdad. De modo que el setlist estuvo primordialmente compuesto por esas dos joyas que son If you didn’t laugh, you’d cry y Angels of destruction.

Al tercer tema ya sabíamos que habían vuelto. La guitarra de Dave había recuperado su destreza y la armónica de Serge acompañaba de nuevo algunas de las canciones con más clase de la pasada década. Los Bielanko conectan como nadie y las partes a capela, combinadas con unos silencios que logran erizar más el vello de la nuca que la propia música, convirtieron esa fría sala de conciertos en el bar de Death Proof. Y es que grupo y público se fundieron en uno; tanto que incluso Serge decidió mezclarse con él durante “Dishwasher’s dream”. Entonces la emotividad se fundió con el omnipresente cántico “Oé, oé, oé” que hizo que éste bromeara acerca de que cuando suba al Cielo, en su cabeza eso es lo que sonará una y otra vez. A nosotros también, no nos cabe duda.
El sentido del humor osciló entre la solemnidad, como los acordes por nuestras neuronas empapadas en nostalgia. Que son unos cachondos queda claro desde el momento en el que pasas por delante del puesto de merchandising y ves colgadas las camisetas de Marah que resultan ser un ripoff del logo de Mahou o los Zipi y Zape de Escobar.

A lo largo del repertorio todos tuvieron su momento de gloria. Mientras Dave bailaba con el banjo en temas como “Limb”, Serge brillaba con la significativa “The apartament”, con la que dejó claro una vez más cuánto le cuesta dejar a los suyos y subirse a la furgoneta. Incluso el novato bajista, Mark Francis Sosnoskie, que posiblemente sea el tipo con más pinta de pardillo que toca rock en este mundo, fue el protagonista en determinados momentos cuando echó mano de la trompeta.

Cuando estás involucrado en una velada íntima que tiene como banda sonora temas como “Sooner or Later”, ingenuamente tiendes a suplicar a quien sea que te pueda escuchar en los resquicios de tu pensamiento, que no se acabe nunca. Por un momento parecía que eso era posible, ya que incluso hubo una pausa a mitad del set para ir a fumar a la calle. Pero tal y como Serge dijo, había que dar paso a la música chustera para que pudiera bailar la chavalada. Con “Wilderness” uno a uno fueron abandonado el escenario antes de que un enérgico bis terminara por saciarnos, sin nada que poder reprochar a una noche inolvidable. Nos ataron a una nube y nos dejaron ahí. Cerraron de un plumazo la boca del más escéptico y dejaron bien claro y en mayúsculas que Marah aún tiene mucho camino que recorrer. No podemos hacer otra cosa que celebrarlo.


Texto: Javi JB
Fotos:Nacho Argote
javijb

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