Crónica de Paul Kalkbrenner, 29/10/10 – Danzoo, Madrid

El hecho de que la cultura de club está realmente malherida en Madrid, y en líneas generales en todo el país, es algo que ya no se le escapa a nadie. Excepto, claro está, a todas las locazas universitarias de ropa fosforita y flequillos coloridos que pertenecen a esa supuesta y sonrojante (tanto en la forma como en su denominación) Generación posWinsor, y que llena entre semana sesiones como en su día los Nasty Mondays en Barcelona o el Zombie Club actualmente en Madrid. Aunque no todo está perdido, claro, nombres como Paul Kalkbrenner aún siguen atrayendo a mucha gente y todavía hay promotoras como FSM Group que siguen tirando del carro. Sin embargo, en materia festiva, la demanda es superior a la oferta, y da igual que pinche un dj emblemático que el colgao de tu barrio, porque las únicas sesiones que tienen un programa interesante (y de forma regular) en materia de techno/house en Madrid centro (Danzoo, UP Club, Audium y Mondo) se desbordan cada fin de semana. El público, algunos aficionados a la música y sobre todo, mangarrianes alienados que bailan con el mismo fervor la música de Lady Gaga que la de Sascha Funke.

El pasado 29 de octubre por fin aterrizó en Madrid Paul Kalbrenner para saciar nuestro hambre de su magia sonora. El principal estandarte de BPitch nos lleva cautivando bastante tiempo gracias a su fusión minimalera, techno e IDM en álbumes maestros tales como Self o Berlin Calling. Precisamente éste último es el que vino a presentar, aprovechando el tirón de la película con el mismo nombre y que lleva exprimiendo desde hace más de dos años. Realmente fue más marketing que otra cosa y como pudimos comprobar después, el alemán trajo aire sí, pero no logró hacernos volar en él. Nos dejó boquiabiertos pero no de fascinación, sino más bien de decepción, porque aún no puedo concebir que una noche que se presentaba como inolvidable se convirtiera en semejante cúmulo de despropósitos.

La expectación por una de las sesiones de Danzoo más imponentes de la temporada hizo que los alrededores de Macumba fueran una auténtica aglomeración. Pasada la media noche, centenares de personas se agolparon en las puertas de la sala de Chamartín para no quedarse sin su hueco. Los cuerpos de seguridad de la sala no tardaron en demostrar por qué su fama de violentos les precede. No tienen más información que la que les otorga su fuerza bruta y acceder dentro fue más difícil que nunca. El público vio como el personal rompía sus flyers alegando que no servían –por motivos inexplicables- y que si querían acceder tendrían que esperar más de tres cuartos de hora y pagar el precio máximo.

Pero centrémonos en lo que realmente interesa, el live de Paul Kalkbrenner. Antes y después de éste, Tony Méndez y Serious Beat fueron los encargados de poner la música que hiciera bailar al personal, aunque a duras penas lo consiguieron. Nada reseñable y por no hacer sangre. A eso de las 4 de la mañana y con una Macumba repleta hasta los topes, Paul subió a la cabina acompañado de su portátil. Segundos después comenzó a sonar “Dockyard” y el clamor inundó el espacio. Una sonrisa nos iluminó la cara a todos aquellos que tantas horas hemos pasado soñando al ritmo de sus producciones en la intimidad. Y entonces comenzó un enfrentamiento de sentimientos que durarían los escasos 70 minutos de “live” que nos habían prometido. Con esto me refiero al live, que brilló por su ausencia, no al escaso tiempo que al señor Kalkbrenner le apeteció trabajar. Y es que al ver sesiones como esta casi me dan ganas de dar la razón al bocachancla de Henry Rollins cuando afirma que la electrónica se limita a apretar un botón. Y la verdad es que el berlinés poco más hizo la pasada noche. Cogió una selección de temas, los pinchó sin secuenciador en su totalidad, dejando silencios de más de diez segundos entre ellos, y se largó. Durante los descansos se limitó a aplaudirse a sí mismo y meter el siguiente disco. Sí, esta modalidad de live ya la habíamos visto con anterioridad, con Robert Hood en el Electrosonic o Vitalic en el Klubbers de hace dos años, pero su caso se parece más bien al de Apparat la primera vez que vino al Low Club. El caso del que es un genio como productor pero una mediocridad tremenda como dj, que con la excusa de que es un live, lo toma como si se tratara de un concierto propiamente dicho y arreando, ni remezcla, ni creación de atmósferas, ni leches. Pone los temas, se saca por la cara su abultado parné y adiós muy buenas, “me sudáis el rabo, colegas”.

El enfrentamiento de sentimientos al que me refería líneas atrás fue el siguiente: por un lado me sentía estafado, incapaz de asimilar la broma a la que nos estaba sometiendo dj Ickarus. Y es que por momentos creí que el colega había asumido el rol del personaje de Berlin Calling y que el abuso de polvitos mágicos era el responsable de su pasotismo. Por otro lado, soy incapaz de resistirme a la esencia hipnótica de temas como “Square1”, “Aaron”, “Azure” o “Alter Kammuflel” y que sonaron aquella noche. Nos quedamos sin piezas inmortales e imprescindibles tales como “Since 77” o “Mango” pero sí que sonaron “Praise You”, “Wir Werden Sehen” o “Gebrunn Gebrunn”, además de un peculiar remix de la popular “Mad World”. Por supuesto cerró con su tema más comercial, “Sky and Sand”, el único que habían escuchado hasta aquel día, gran parte de los allí presentes. Las niñas enloquecieron, se la cantaron como posesas y vieron colmadas todas sus expectativas. Y hasta ahí que llegó. Sí, es inevitable rendirse ante la música del que para mí es uno de los magos de la música electrónica, pero como seguidores de su arte, también es inevitable sentirse totalmente traicionados.

Situaciones como que un chaval preguntara a otro “¿ha pinchado ya el kalbrekner?” y el otro le respondiera “¿quién?” beneficiaron al rey de Roma ya que se largó a su lujoso hotel tan contento, sin un abucheo que le castigara por su desfachatez. En Barcelona todavía pinchó (o bailó) menos porque allí los masillas se volvieron locos y garrulearon hasta que una copa terminó impactando en su portátil. Y por si no fuera poco, también se llevó un buen pitido de recuerdo. Un paso glorioso por la Península, qué duda cabe. Pero seremos buenos y le daremos una segunda oportunidad ya que volverá el próximo 1 de enero en el SPS Festival. Allí se lo jugará al todo o nada. Las cartas las tiene, así que veremos si gana.


Texto: Javi JB
Foto: CM

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