Crónica de SUNN O))) + Eagle Twin, 03/01/10 en Caracol

Para el que sólo vea un nombre muy extraño y no sepa de que va el tema, haré un breve resumen de lo que se esconde detrás de SUNN O))). Se trata de una pareja formada por Stephen O’Malley y Greg Anderson. Practican drone doom con toques noise, black y dark ambient o dicho de otra forma, ruido extremo. Es, sin lugar a dudas, uno de los grupos más oscuros y tétricos del mundo, tanto por su sonido como por su estética, que por cierto es la de una especie de monjes salidos del Averno. Todo esto y mucho más es SUNN O))) y por incomprensible que sea una vez que te pones uno de sus discos, gozan de una popularidad que crece con cada día que pasa. La semana pasada vinieron a España por primera vez en formato sala, ya que anteriormente sólo lo habían hecho en el Sónar y el Primavera Sound, y por supuesto triunfaron en cada una de las tres fechas. Esto es lo que sucedió en Madrid…

Los teloneros de la siniestra y metálica velada fueron Eagle Twin, proyecto de Gentry Densley y Tyler Smith alojado dentro de la factoría Southern Lord, sello fundado por SUNN O))). Qué mejor que promocionar un grupo de tu sello que llevándotelo de gira, claro. Y nos alegramos de que así fuera porque su directo nos convenció por completo. Una estimación aproximada de cómo suenan podría ser la de brutal combinación de death metal pesado y stoner extremado, rebozada de drone y sonidos guturales. O algo así. El caso es que un puñado de riffs paleolíticos, una voz cenagosa y una percusión salvaje lograron ponernos a tono. Aclimataron por completo la sala Caracol, que se iba llenando por momentos, y enquistaron de ansiedad y esquirlas de baqueta lo que iba camino de convertirse en la gruta de Belcebú.

Durante todo el cambio de backline una máquina de humo se encargó de crear la niebla artificial más espesa que he visto en vida. De hecho, el jodido trasto estuvo enchufado durante dos horas haciendo que el submarino transformara nuestros ojos en una masa translúcida. Y cuando ya no se veía un carajo se abrieron las cortinas y aparecieron en escena tres barbudos encapuchados armados con sus guitarras. Con todos nosotros Stephen O’Malley, que en su día también pariticipó en otros proyectos celestiales como Khanate y Burning Witch, Greg Anderson, redactor jefe de la revista Wired, escritor de libros sobre nuevas tecnologías y miembro de Goatsnake, y el invitado para la ocasión Steve Moore, miembro de Earth y Steb Mo. Todo un privilegio para O’Malley y Anderson ya que cuando formaron el grupo hace doce años fue para homenajear a Earth.

Abrieron el repertorio con un drone estático y mantenido trasteado con una leve oscilación que hizo que todo aquello empezara a vibrar con gran intensidad. El volumen por supuesto demencial. Insensatos aquellos que fueron a ver al grupo de nombre de amplificadores sin tapones. De hecho, al día siguiente coincidí con un locutor de Radio Vallekas en Moby Dick y él fue uno de los que pasaron de protecciones auditivas. Bien, pues puedo certificar que el pobre se ha quedado sordo como una tapia. Por algo llevan 15 amplificadores y en el rider solicitan un equipo de 21.000 wattios. Esto es algo así como cuando te la sacas para ver quien la tiene más larga. Tú tocas alto, pues yo más. A repiquetear el mundo entero. Y el drone seguía y ya llevábamos veinte minutos de feedbacks y acoples atronadores. Por cierto, para el que no esté puesto en materia de drones, es decir como yo antes de leer al respecto, la traducción literal del término es zángano, y dentro del aspecto musical los drones son notas que se repiten muy lentamente con una gran cantidad de feedbacks y que van evolucionando poco a poco en el tiempo. Evolucionando o no, tras media hora de introducción cósmica a uno le daban ganas de darse de cabezazos contra la barra.

Por suerte, pasado este tiempo salió a la palestra el señor Attila Csihar, del legendario grupo de black-metal, Mayhem. Ya eran cuatro las siluetas sobre el escenario, ya que mucho más que eso no podía intuirse. Fantasmas sumidos en un vaivén febril evocando sonidos capaces de hacer vibrar cada órgano de tu cuerpo. Como si se tratara de un baño de ultrasonidos propio del tratamiento contra las piedras renales. Un ruido demencial que parecía engullir a los cuatro monjes en la penumbra del infierno y cernirse sobre nosotros en visceral armonía.

Una vez que Attila subió al escenario haciéndose paso a través de la niebla sepulcral se hizo con todo el protagonismo de la performance y comenzó a hacer gala de la multitud de registros que es capaz de proferir. Su voz parecía emerger de la garganta de una máquina desmembradora; a veces cristalina, a veces distorsionada y en ocasiones absurda. Por momentos una repetición continuada de riffs y extraños cánticos nos provocó la risa floja a más de uno. Mientras había gente que se miraba entre sí, perpleja y sin saber muy bien qué hacer, alguno que otro parecía estar viendo una invocación del mismísimo Diablo. De hecho, un chico situado a los pies del escenario se convulsionó de principio a fin, aunque a ese creo que simplemente le dio un telele.

Csihar, en su papel de maniaco vanguardista, improvisó cánticos difónicos, invocaciones a Thor, mantras, lamentos y berridos guturales alargados hasta la consunción. Y mientras tanto, Anderson y compañía, a lo suyo. Pura improvisación de drones, samples e incluso leves intervenciones de un trombón. Supongo que hay quien salió decepcionado al no reconocer ni un sólo tema de su último y reconocido trabajo, Monoliths & Dimensions. Ni de ningún otro disco, claro. Tocan algo cercano a sus canciones pero básicamente se centran en estructuras y cambian mediante códigos que todos ellos conocen. Todo ello, por supuesto, de una forma lenta, pesada y retumbante hasta la saciedad. Un acople eterno de guitarras zumbantes que podrían ser la banda sonora de la pesadilla más amarga fruto de una terrible enfermedad.

Y extrañamente llegamos o mejor dicho, soportamos, hasta el final del concierto. Attila desapareció para volver a hacer acto de presencia un rato después con renovado atuendo. Una túnica compuesta de espejos quebrados y una sofisticada corona sobre una máscara de jirones derretidos, obra del artista egipcio Nader Sadek. Y por si esto fuera poco, punteros láser en cada dedo para jugar a la reflexión y los barridos rojizos. Muy vistoso, desde luego. Perdimos al hombre árbol pero ganamos a la Estatua de la libertad. La última media hora fue, sin duda alguna, la parte más interesante de todo el concierto ya que combinó a la perfección espectáculo, intensidad y algo de melodía estructural. Metal cercano al ambient en algunos momentos, y al black en otros, combinado con increibles cánticos gregorianos del Juicio Final proferidos por el estrambótico cantante.

Y se acabó. Un gran aplauso sucedió a la locura final, cesó el humo y las luces se encendieron poniendo fin a la pantalla monocromática de ultratumba que habíamos presenciado durante hora y media. Y todos ellos, ya sin sus capuchas, sonriendo y levantando los brazos en señal de triunfo ante la ovación.
Sin duda es una experiencia sónica digna de ser vivida. Un show que baila entre lo impresionante y lo insoportable pero que, en definitiva, supone una invocación única a las atmósferas más oscuras del arte y del ser humano. Eso sí, el día que SUNN O))) digan que todo fue una broma se nos quedará a todos una cara de tontos que te rilas.


Texto: Javi JB
Fotos: Pat Blanco

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