Sábado:
Última sesión. A la que llegamos bien de fuerzas pese a la veteranía, y como consumados experimentados madrugamos para ver a Anoushka Shankar. Hija de Ravi y hermana de Norah Jones, Anoushka no es sólo su estirpe, su carrera también es valiosa. Con su sitar hindú dibujó bonitas estampas y terminó con ‘Daybreak’ deseando que saliera el sol el resto del último día de festival.
Muy cerca estaban Landless, recién llegadas desde Dublín, cuatro chicas armonizando sus voces con instrumentos irlandeses de fondo. Nos movemos al Arena donde pudimos ver otro gran concierto de la voz de Rachel Chinouriri, que relató la historia de ‘So My Darling’, una amistad con amor enfocada desde la nostalgia y la melancolía que hizo derramar alguna lágrima. También tuvo muchos momentos guitarreros con evidentes ecos a Skunk Anansie, como en ‘The Hills’. Gran concierto de la británica que abogó por la música con mensajes positivos.
Para llegar hasta el Eos pasamos frente al Gaia, que propagaba los sonidos pop de influencia iraní de Dayyani, y durante el camino se van mezclando los sonidos hasta oír en exclusiva la fiesta de A Espetacular Charanga do França, que intentaron emular los espectáculos que celebran en su Brasil natal. Sin embargo la energía no estaba allí, por mucho que volviera el trenzinho a Roskilde o que la concurrencia carioca de las primeras fila fuera incansable con su bandera en ristre. Las imágenes de la pantalla trasera desvelaron que su hábitat natural es tocar mientras desfilan por las calles de ciudades o pueblos, en muchas ocasiones para apoyar movimientos sociales por los derechos de los trabajadores. Posiblemente su esencia sea esa, la calle y el movimiento, no quedarse casi estáticos en el escenario de un festival.
Pasamos de lo callejero al noise electrónico en el ambiente del Gloria con Nadah El Shazly, que cantó un tema a capella de los años 20 del siglo pasado para «conectar los puntos entre nosotros y así entender y unir a la gente en estos tiempos convulsos». Agradable propuesta de la de El Cairo. El country es el nuevo mainstream, pero su vertiente más clásica sigue en boga con apuestas como la de Vincent Neil Emerson, que disfrutamos un rato junto a una buena concurrencia. Es curioso que siempre hay gente que abandona el festival en la mañana del sábado, pero ese mismo intervalo también afecta al irrefrenable fomo que sentimos los demás para aprovechar lo restante al máximo. Después de todo, quedan 355 hasta el próximo Roskilde Festival.
Uno de los vibratos de este siglo es sin duda el del antes Anthony y ahora Anohni and the Johnsons. Sobre las tablas se acompaña de multitud de instrumentistas clásicos: pianos de cola, violín, cello, clarinete, además de saxos, guitarra, bajo, marimba, bongos, otras percusiones o el siempre obligado Mac. Hay artistas que aprovechan su exposición al público para lanzar mensajes, el de Anohni llega desde la segunda canción. ‘4 Degrees’ es un grito urgente para evitar el calentamiento global y en la pantalla lo explica una científica.
La energía que desprende la británica desde la quietud es notoria. Desde su blanco inmaculado deja que sea la expresividad de su voz la que llegue a todos los tímpanos, mientras la pantalla no deja de mostrar vídeos de flora y fauna marina de la costa de Australia. Hasta allí viajó para ver con sus propios ojos la magnitud del desastre y entrevistar a los científicos (uno de ellos no puede evitar llorar ante la tragedia) que divulgan entre temas.
Su discurso está meditado y desarrollado más allá de la simple protesta. Esta tipo de actitud y pensamiento está totalmente alineado con la línea editorial del festival, que siempre ha apostado por la divulgación para que se conozcan y entiendan muchos de los problemas de la humanidad y, de esta manera, dar herramientas para actuar ante tantos terrorismos silenciados. Al tiempo que navegamos entre arrecifes, la lluvia que cae fuera del escenario Arena se funde con la música y ésta se torna aún más maravillosa, jugueteando con tensiones que desembocan en epílogos magistrales como en ‘It Must Change‘.
Otro caballo de batalla de Anohni es el feminismo «Aquí (en Dinamarca) las mujeres tienen más derechos que en la mayor parte del mundo, pero parece que tienen que mostrarse agradecidas por tener igualdad. El feminismo es otra cosa. Es tener otra perspectiva. Otra manera de conducir el coche que no sea lanzarse por un barranco» apostilla ante una coyuntura actual que intenta enaltecer a los más violentos.
Pasamos de una característica del festival a otra, la persistencia del señor Albarn. Africa Express comenzó como un refrescante «juguete» de Damon Albarn, que apadrinaba multitud de iniciativas africanas. Años después esto parece una franquicia deslocalizada, como el París Dakar. Su nuevo disco tiene la temática de México, en una propuesta que sobre el papel parece muy atractiva, pero que en directo hace aguas, con actuaciones deslabazadas, colaboraciones que no aportan nada y un ritmo de concierto soporífero. Que tienen algún momento bueno, sí, como Camilo Lara apareciendo con una playera de México Antifascista, Son Rompe Pera con ‘Chucha’ mientras una decena de enmascarados luchadores mexicanos slamean entre el público o el presunto grand finale con todos los integrantes de esta caravana en ‘Defiant Ones‘.
Dios los cría y ellos se juntan. Ale Hop & Titi Bakorta es una curiosa mezcla que sale bien. La peruana Alejandra Cárdenas al bajo y la electrónica y el guitarrista congoleño Titi Bakorta combinan ritmos afroperuanos y soukous como si estuviera tocando Link Wray con electrónica cumbiera de fondo. Tras un poco de baile pasamos al punkarrismo UK de himno, velocidad y pogo. The Chisel son un gran exponente del sonido punk 77 con un gran coeficiente de número de canciones por minuto. Ante tantísimas propuestas de sonido artificial ellos son justo lo contrario. El Gaia fue todo un mosh pit brutal durante los 35 minutos que descargaron. ¿Diez minutos programados que no tocaron? pues tenemos ese rato para jugar unos futbolines. Ain’t life grand?
Si tienes más de 25 años probablemente tu cabeza de cartel de esta edición serían Nine Inch Nails y para las primeras filas nos fuimos toda la Spanish Press Crew. Trent Reznor y compañía no defraudaron un ápice. Desde los temas más cañeros hasta los más ambientales sentaron magisterio en un High Energy Concert para los anales. A destacar todo: iluminación, sonido, canciones, ejecución. «Torreznor» sigue en su prime y no le recordamos ningún recital por debajo del sobresaliente.
Si, por el contrario, tienes menos de 20, probablemente estabas esperando a Tyla desde las primeras filas del Orange. Tiene un par de buenos temas y los defiende bien en directo, pero no deja de ser una diva más, sin personalidad ni poso y más que reemplazable. Su modelo de negocio ha sido venderse como instant celebrity, en un risible ejercicio de fake it until you make it. Pero funciona porque genera dinero. Recordemos que en la industria de la música la música es lo de menos, tal y como se denota en todas la redes de la sudafricana. Felicidades a su equipo de negocio en un entorno donde todo son one hit wonders.
Del artificio a lo orgánico con Lambrini Girls, que ya en su primer corte provocaron saltos y en el segundo un mosh pit salvaje. Sólo tienen un disco, Who let the Dogs Out, y se les notan las costuras -imprecisiones por doquier- pero les salva y les entrona una actitud a prueba de incautos. Estas riot grrls alargan las pausas entre tema y tema con mucha performance y mucha charla para luego saltar con locura infinita un par de minutos. Exactamente la estrategia de concierto que hacen los Hives. Entre baile y baile aprovechan para criticar a las terfs como JK Rowling y a enaltecer el rock. Funcionan porque, simplemente, son de verdad.
Despedida:
Un año más termina el festival de Roskilde y la actualidad marca más de lo que parece a simple vista. En un momento histórico donde casi toda la industria musical está dirigida por criterios cortoplacistas y de propaganda, el festival de Roskilde se sustenta en una base ética que va más allá de cualquier marca comercial, creando una utopía que cada año parece más alejada de la realidad con valores como «be kind» o «take care of each other» que confrontan directamente con los valores asociados actualmente al éxito. En este entorno chocan contradicciones como los crecientes problemas de racismo en toda Europa y la constatación de que muchas de las bandas locales más prometedoras tengan entre sus filas a daneses con padres montenegrinos, ucranianos, japoneses o iraníes.
De nuevo disfrutamos del loco tiempo de Selandia, con consejos de hidratación para la ola de calor por la mañana y de estar preparada para las tormentas de verano por la tarde. Bikini y botas de agua parecía ser el uniforme no oficial del festival, free coffee and sunscreen fue el lema de los voluntarios y echar a decenas de babosas de las tiendas de campaña una nueva tradición. ¿Cada año que pasa la gente fuma más? nos da esa sensación y, cuando llega la noche, hay que poner cuidado en que no te quemen con sus palitos de cáncer.
Siempre hay pequeños grandes cambios en todos los escenarios. El Orange ahora tiene un sistema de sonido 360 surround. También rellenaron una hondonada al lado del Arena, una tan peligrosa como divertida cuando la gente resbalaba cuando llovía. El EOS estrenó nuevas pantallas, ha cambiado ligeramente su orientación y ahora su sonido es mucho más potente, si hasta se oye desde el camping de prensa. Hablando con compañeros también caímos en la cuenta de que no conocíamos otro gran festival donde el tratamiento vip no comprometiera la seguridad. En otros eventos si intentas indagar por la falta de seguridad sólo te responden con dinero.
Las diferentes formas de vivir el festival son tantas como asistentes. Gente sola, parejas y hasta cuadrillas uniformadas de decenas de miembros. Purpurina, uñas pintadas, pantalones pirata y animal print, todo -evidentemente- sin distinción de género. Desde bebés con protectores auditivos hasta el abuelo grandparrot, de echar la siesta en la hierba del Avalon a las hamacas compartidas. ¿Tacos gratis para luchadores rudos o técnicos? buen intento pero no, qué más da si la base de la pirámide nutricional son los spaguetti del club de voleibol local. «Estamos todo el día comiendo» comentó un veterano periodista español que rebasa la decena de coberturas del festival. Y tiene toda la razón, esto no es sólo chutarse una sobredosis musical no apta para todos los públicos, es intentar vivir cada año lo más posible de la experiencia.
Hasta el año que viene Roskilde. Posiblemente el mejor festival del mundo, aunque para casi todo el mundo en el negocio de los festivales no sea más que una gran negocio fallido en este mundo violentamente turbo capitalista.
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