Corre por ahí el chascarrillo de que “el Sónar ya no mola”. Se lleva oyendo varios años, en general de boca de aquellos que han estado pero no han vuelto o, aún peor, de aquellos que ni siquiera han asomado la cabeza por allí. Después están los típicos pesimistas, los que lo ven todo negro, pero a esos los dejaremos aparte.En realidad el Sónar goza de buena salud, pese a haber perdido algunas de sus señas de identidad (lo de música avanzada comienza a sobrar como corolario de su título) a lo largo de estos quince años de andadura electrónica.

El número de visitantes bajó en este 2009, hecho que in situ pasó desapercibido debido a la reducción de escenarios habida este año (¿apretón presupuestario? ¿previsión?). Pese a ello, se alcanzó una cifra cercana a los 75.000 visitantes a lo largo de tres días, cifra del todo respetable dados los tiempos que corren. Y se impuso la sensación (subjetiva, sin datos con la que respaldarla, como todas las sensaciones) de que, tras el pequeño batacazo del año pasado, el Sónar volvía a ser una de esas experiencias que todo buen aficionado a la electrónica debería disfrutar al menos una vez en su vida.

Pero el Sónar es además un pequeño microcosmos con sus propios códigos no escritos, una pasarela de vanidades y tendencias, una oportunidad de ver de cerca e incluso tocar a un artista (a muchos de ellos se les ve pululando por allí a lo largo de los tres días), una excusa gigantesca para pegarse la gran fiesta, una oportunidad de descubrir nuevas sensaciones (la del sonido, sin ir más lejos; impresionante en el Sónar Noche), un calvario para que el que quiera verlo todo.

Este es, por tanto, un resumen de lo allí acontecido entre el 18 y el 20 de junio:

Jueves Día

The Wizard – Sónar

Se hace raro ver a Jeff Mills a los platos a las cuatro de la tarde con toda la solanera. Pero la ocasión era propicia: volvía a recuperar su alias radiofónico de juventud (The Wizard) y a desempolvar su vieja colección de vinilos para una sesión a cuatro platos que sonó viejuna (rap prehistórico, electro de la vieja escuela, disco music, techno primigenio…) pero supo a gloria.

Media hora después y en otro escenario, a Mulatu Astatke (figura insigne del jazz etíope de los setenta) le falló el sonido de su vibráfono, demasiado bajo. Aun así, y pese a la extrañeza que provocaba ver a tan noble anciano sobre un escenario del Sónar, la suya acompañado de Heliocentrics fue una de las más gratas sorpresas del día a cuenta de buenas dosis de funk mezclado con jazz y rítmica hip hop. Más tarde, pero allí mismo, Onra decepcionó mientras que el también francés Debruit sobrepasó nuestras expectativas a base de hip hop funkorro, tuercecuellos y con detalles étnicos.

Entre medias, un error de programación: mientras Konono Nº1 dejaban pequeño el escenario Hall, a cubierto y a oscuras, con su rítmica africana y su trance descacharrado, The Sight Below se las vio y se las deseó para hacer entender su ambient drónico a lo GAS (acompañado de guitarra). En cambio, a Luomo (y su house elegantote y pretendidamente sensual) le sentó de maravilla tener por compañía a Jake Shears (de Scissor Sisters) a plena luz del día.

Por último, un jarro de agua fría: el de Filastine, poco concreto en su ambición de abarcarlo todo sin profundizar en casi nada, mal acompañado en directo y excesivo cuando dejaba de lado las visuales para hacerse cargo de la percusión en vivo (el resto sonó grabado). Una pena, con lo que me gusta este chico en disco.

Viernes Día

Ryoichi Kurokawa – Sónar

La primera, en la frente. Nada más entrar te topas con un jovenzuelo como el austriaco Dorian Concept, que te casca en la cara un directo (tocado con los teclados) de hip hop tan a su manera que por momentos parece IDM y en otros suena a techno, y uno es capaz de tragarse con buena cara el desaguisado de La Roux: voz insidiosa, sosita sobre el escenario, bases de electro-pop planas y desafinadas y, aún así, el público pasándolo pipa. Compatriotas de la inglesa la mayoría, claro. Algo nos estaríamos perdiendo el resto.

Tras Dorian Concept lo mejor del segundo día fue Bass Clef: por el buen rollo que trasmite, por transitar a su bola las rutas del dub (step o no), por ese trombón que gasta o ese silbato que llama al carnaval. Grande este tipo, grande. Mucho más que un Hank Shocklee (de Bomb Squad) para el que cualquier pasado (a la cuerda de Public Enemy) fue, definitivamente, mejor.

Fue sin embargo en los bajos del Hall donde el viejo espíritu del Sónar se manifestó con más fuerza: Quayola y Ryoichi Kurokawa, cada uno a su manera, transitaron por esa senda experimental, matemática y fría de la electrónica que años atrás caracterizaba al festival, acompañados ambos por un set de visuales tan intrigante como su música. De diez.

Viernes Noche

Grace Jones – Sónar

Y se hizo la noche, y tras casi una hora de retraso Grace Jones descendió sobre el escenario y ofreció una hora de dub denso, guiños disco, celofanes funk y cambios de vestuario. Demasiado poco como para ser cabeza de cartel, mucho más de lo que algunos dábamos por ella. No faltaron ni “La Vie en Rose” ni “Slave to the Rhythm”.

Tras ella, el poder de los graves. A ellos se consagraron tanto Mary Anne Hobbs como Joker, The Gaslmap Killer y, en mucha menor medida, Martyn. La primera seleccionando para el respetable las últimas novedades en bass culture provenientes de la isla (ya sabes: dubstep, rave-step, wonky y demás marcianadas a lomos de un bajo más gordo que Jesús Gil en sus buenos tiempos); el de Bristol, camino del futuro a través del hiperespacio (beats alienígenas, glitches por doquier, melodías más raras que un perro verde, ritmos paticortos…); el americano dando rienda suelta a las frecuencias bajas y erigiéndose en el animador de la noche micro en mano; y el último, decepcionando por melifluo y sin sustancia.

El que tuvo fuerzas para más aún estuvo a tiempo de ver cómo Buraka Som Sistema dejaban dudas a su paso por el segundo escenario (en tamaño): mucho parón, mucha arenga y algo de tontería (lo de subir a tropocientas chicas al escenario); así no hay quien baile con ganas kuduro, que a lo que deberían dedicarse.

Y al tiempo que Richie Hawtin impartía otra clase magistral de techno reduccionista y presurizado, idéntico al que puso el año anterior (y el anterior, y el…), con Crookers dimos por cerrada la jornada. O lo hicieron ellos por nosotros: a ver quién es el guapo que se queda con ganas de más tras una espeluznante sesión (de nuevo los graves) de electrónica arrabalera y borde.

Sábado Día

Alva Noto -Sónar

Con el cansancio haciendo ya mella en las piernas uno no se esperaba que Cardopusher, esa bestia parda que se pone el dubstep por montera partiendo del breakcore, se pusiera en ese plan tan…soso. Pero así fue. Menos mal que Ben Frost, bajo el techo abovedado del Convent del Angels cargó su ira por los problemas técnicos sobre su guitarra, de la que extrajo momentos de auténtica catarsis a base de zumbidos, ruidos estáticos, silencios, aullidos metálicos y acompañamiento de piano. Soberbio.

Ahora, lo bueno estaba por llegar en el Hall. Tras unos SND que de tan lineales parecieron haberse olvidado de cambiar de canción, Byetone y Alva Noto se lucieron con una soberbia demostración de electrónica para el baile llevada al límite. De la tensión y la distorsión en el caso del primero, de la experimentación con el ruido en el caso del segundo. Las visuales volvieron a jugar un papel importante en este caso (impagable la imagen de los números corriendo detrás de Byetone).

Sábado Noche

Fever Ray – Sónar

Jornada de cierre y últimos alientos de fuerza. Mientras el mundo cae rendido a sus pies, el aquí firmante no logra ser capaz de aprehender la propuesta sonora de Animal Collective: la entiende, la valora en su justa medida, es capaz de apreciar e incluso degustar muchos de sus elementos por separado, pero en conjunto se le hace un plato indigesto. En directo, sin la concreción del formato canción grabada, imagínense ustedes.

De manera que ruado acudí al concierto de Fever Ray. No era la mejor de la ocasiones para, con perdón, estrenarse con ella. El sonido del Sónar, pensado para embates menos detallistas, se le hizo demasiado fofo a sus nanas góticas. Pese a ello, calidad y misterio a sus canciones le sobran, y además se montó toda una perfo a base de disfraces e iluminación mórbida. La próxima vez, en el claro de un bosque a la luz de la luna.

Pero sin duda los triunfadores de la noche (por favor del público) fueron Orbital y su legión de hits de ayer, de hoy y de siempre. Con semejante arsenal cualquiera, y si encima vienes con la excusa del regreso después de cinco años, pues partida ganada de antemano. Les honra en todo caso no haberse querido lucir de cara a la galería; muy al contrario, lo suyo fue para el recuerdo.

A esa misma hora Rustie tuvo que hacer frente a un público que no superaría el centenar. Y lo hizo soltando pepino tras pepino, dándole la vuelta del calcetín a la tradición hardcore británica, pasando de los viejos sonidos ardkore al nuevo rave-step y no dejando títere con cabeza por el camino a base de rewinds a tocateja y mezclas imposibles. Jefe.

De postre el Sónar nos ofrecía techno. Alemán y de muchos quilates. A cargo de Shed, que acabó como si no hubiera llegado, de tan poco que se le escuchó y las pocas ganas que hizo por ser escuchado (¿seguro que era el mismo de “Shedding the Past”?); y de un Marcel Dettmann que, este sí, promulgó la buena nueva del sonido Berghain por la noche barcelonesa.

Y ya no hubo fuerzas para más. Hasta el año que viene, claro.

zigor

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