Octavo álbum de una de nuestras debilidades. Desde Trondheim (Noruega) el quinteto continúa en sus parámetros hard rock -siempre con ascendencia setentera- ramalazos metálicos y sensibilidad pop. Ocho temas y 40 minutos, hasta en eso se demuestra clásica la banda formada por Per Borten (guitarra, voz), Brynjar Takle Ohr (guitarra, voz), Hallvard Gaardløs (bajo, voz), Kenneth Kapstad (batería) y Rolf Martin Snustad (saxofón barítono).
El primer corte se llama igual que la última banda de Phil Lynnot, ¿casualidad? no lo creo. Los juegos rítmicos y melódicos de las guitarras de ‘The Grand Slam’, así como las voces y las baterías (¡esos fills!) nos remiten al 100% a Thin Lizzy. ‘Revolution’ sigue por la misma senda, pero al acelerar la propuesta ésta se podría emparentar con Motörhead y su espíritu de no dejar crecer la hierba allá por donde pisan.
‘One in a Million’ vuela sobre un cortante riff que desemboca en un estribillo grunge y un solo de auténtico guitar hero. ‘Confirmation’, ‘200 Miles High’ o ‘The Hunter’ tienen los elementos y la intención de la NWOBHM con sonido más claro y afinaciones más actuales, como podemos oír en las cabalgadas a lo Maiden o el trabajo maestro a lo Brian Downey del baterista.
Tras otra sesión de fascinantes guitarras entrelazadas en ‘The Ghost of Eirik Raude’, los noruegos cierran con ‘Winter Song’, una baladita con fondo stoner. De nuevo un excelente lanzamiento de una excelente banda con una gran originalidad en sus composiciones (dentro de un estilo tan trillado) y mejor ejecución. El saxo -siempre en segundo plano, siempre presente- es el detalle analógico fuzzificante que proporciona efervescencia general.