Tino Casal… y con él se rompió el molde

En comparación con el Reino Unido y Estados Unidos, podemos decir que el movimiento glam en España sufrió de unas carencias de base y de una falta de espacios en los que brillar de los que sí se gozó en las tierras inicialmente citadas. Algo con lo que tuvieron que cargar nuestros representantes nacionales y grandes valedores de una corriente indispensable. Aun así, un efecto realmente curioso se produce en la escena. Mientras por un lado la exagerada indumentaria de la rumba catalana pareciese hermana de los chuletas de El Barrio neoyorquino –un Spanish Harlem lleno de sabor y de magia negra equiparable con el duende caló–, la colorista imagen del sonido glamour acompaña a artistas españoles que no necesariamente casan con el ideario musical atrevido de aquellos irreverentes británicos o estadounidenses. Algunos arriesgaron en tanto en cuanto las posibilidades creativas les dieron hueco y razón.

Miguel Bosé nadó parejo en dos mares de diferentes corrientes, incluyendo en sus primeros LPs tanto temas melódicos dignos de la música ligera para todos los públicos (‘Sí… piensa en mí’) como esforzados capotazos que no le hacían ascos a un Jobriath rampante (‘Mamma, Mamma’) o al Gary Glitter más machacón (‘Seventeen’). Las tres reunidas, junto a otras tonadas, bajo un título como ¡Chicas! (1979), disco en el que resaltaría para las ondas su bubblegum pop ‘Super Superman’. Y no era la primera vez, pues dos años antes con Linda, primer larga duración para el sello CBS, Bosé inyecta gracias al medio tiempo grandilocuente de ‘Luna Park’ un Bowie a la española –los paralelismos con el extraterrestre Ziggy Stardust surgirán como pequeños destellos, incluido el papel de Miguel como IX en el filme El caballero del dragón (1985) firmada por el Fernando Colomo–.

Los madrileños Burning, por su parte, y desde un frente totalmente opuesto al del hijo de Luis Miguel Dominguín y Lucia Borloni, tampoco obviaron la imagen transgresora que les podía dar el glitter rock: «La música tenía claras influencias de los New York Dolls y los Rolling Stones, aunque empezamos con el movimiento glam», comentaría Johnny Cifuentes sobre los días de 1972 en los que el conjunto graba la canción ‘I’m Burning’. De hecho, y adelantándonos hasta su vinilo del 79 El fin de la década, al escuchar la letra de ‘Bajo Los Focos’ surge la revelación: ¿Acaso el ‘Camaleón‘ de 2001 cantado por Babylon Chàt no podría trabajar cual segunda parte de la creación de Burning? J.A. Martín sentía debilidad por todo lo que irradiaba como artista Lou Reed y sin peros se entregaba a su influencia escénica. ‘Bajo Los Focos’ se arrancaba con las frases siguientes: «Sombrero a lo Greta Garbo, chal blanco de seda. Grandes gafas negras cercadas en rojo. Palabras y sonidos iguales a la ropa que viste», estallando en un revelador estribillo lleno de actitud: «Bajo los focos es como un dios, es una estrella del rock and roll». Tan era aquella extralimitación visual que Javier Gálvez, manager de formaciones vinculadas con la escena rock, se decidió por ellos al ver que a su propia madre no le gustaba que los metiese en la casa familiar debido a unas fachas que incluían fulares, botas de tacón, cueros falsos y otros complementos buscando el savoir fair de unos jóvenes más cercanos a la vida dura del barrio obrero.

Desde luego, si de reivindicar la ideología glam se trata, no cabe duda de que hay que hablar de Tino Casal, un genio fundamental que sobrevoló los años de la mal llamada Movida con la experiencia que le había dado la escena en sus baqueteadas décadas anteriores. Descubrámosle en cinco etapas, el quinteto de obras en larga duración que firmo con su apellido, Casal, y que ahora se pueden encontrar en la edición especial de Todo Casal.

Neocasal (1981)

Todavía situándose a años luz por delante en cuanto a visión creativa de tantos y tantos proyectos de la conocida como Movida, el talento de Tino Casal todavía no ha recibido todo el reconocimiento que merece. Y es que para grabar un LP cual Neocasal en aquella piel de toro de 1981 hace falta arrojo y confianza plena en la propuesta de uno. Y es que dejando a un lado el inimitable sencillo ‘Champú De Huevo’ –dedicado a Fanny McNamara–, el redondo de debut de Casal escondía piedras preciosas deudoras de los más diversos estilos: el glam, el pop de los new romantics, las baladas –quizá recordando de algún modo su pasada participación en el Festival de Benidorm–, el techno o el rock arty. Todo era válido en su particular galaxia de melómano. Lo mismo le echaba arrestos versionando el ‘Life On Mars?’ de Bowie que se acercaba a toques de punk pop con ‘Billy Boy’ o realizaba un ejercicio de retrotracción con una mirada del ‘White Room’ de Cream (‘Blanca Estancia’). Tino se rodeó de varios de los mejores profesionales españoles del momento, tales como Carlos G. Vaso, Daniel Assante o Luis Cobos, con unos resultados estratosféricos.

Etiqueta negra (1983)

En una ocasión el productor y locutor radiofónico Julián Ruiz comparó ‘Miedo‘, tema que abre Etiqueta Negra, con el sencillo del artista M (cuyo auténtico nombre es Robin Scott) ‘Pop Muzik’. Aquel cantante folk británico, amigo de Malcolm McLaren, en los 70 se pasó al rock comercial y en pleno 79 se adscribió a una extraña facción de la new wave gracias a la tonadilla de marras. Sin embargo, el Tino de 1983 está a años luz de tan oportunista valedor. Aquel tema escogido para comenzar su segundo asalto en larga duración, y aunque de primeras pareciese que pesca rimas juntando lo más distante y bizarro que se le pasase por la cabeza a Casal, realmente hace referencia a conceptos inquietantes como el mundo de los muertos, los milagros del antienvejecimiento (vía Miss Aslan) o las temidas drogas. A partir de ese momento, y por medio de diversas canciones que mezclan la imagen glam y de new romantics con el techno pop, el artista ofrece su particular universo de letras que de contingente tal vez banal a primera vista para los no iniciados, poseen un corazón y un contenido muy estudiado, dotando a todo de dobles sentidos y de un amor por la musicalidad de las palabras que no se escuchaba desde que ABBA saltaran al estrellato.

Hielo Rojo (1984)

Un nuevo paso, un nuevo atrevimiento y, como es de esperar en él, un nuevo acierto. Casi encariñándose con la escena dance, Casal muestra unas letras personalísimas y de gran profundidad en sus dobles sentidos. Es fácil recordar la manera en la que ‘Pánico En El Edén’ es escogida cual sintonía de la Vuelta Ciclista a España, pero el LP tenía mucho, mucho más. «No hay esquemas conocidos. Casal, otra vez, da un salto al vacío y alcanza otra orilla que se anticipa en el tiempo, sin temor al riesgo, consciente de que sólo los atrevidos permanecen», decían las plumas especializadas de la época en relación al recién estrenado asalto. El trabajo rítmico de Javier Losada en ‘Teatro De La Oscuridad’ es superlativo, complementándose con los fraseos a la guitarra de Paco Palacios. En ‘Muñecas’ hallamos el Tino juguetón, de amores furtivos, el que es perseguido por las fans –José María Mainat (La Trinca) les alquiló y programó los sampleados del Fairlight–, mientras que en ‘Flash De Cámara’ toca el mundo del “famoseo” y la prensa rosa. Aunque ‘Bailar Hasta Morir’, con su impresionante clip videográfico, resultó como una de las piezas más queridas de Hielo Rojo.

Lágrimas De Cocodrilo (1987)

Tino llega a Lágrimas De Cocodrilo con muchas ganas. Será su reinvención, su cambio de piel tras tres años en los que ha tenido que superar una nefasta necrosis que casi le lleva a la tumba. Es por tanto este álbum una de sus obras más íntimas, más pensadas, conociendo la futilidad del ser humano. Cambia una vez más de look, y ahora es un Tino señorial, con trono y bastón el que se nos muestra desde diferentes programas televisivos (Sábado Noche, A Tope o 3×4). ‘Eloise’ es una versión en castellano del sencillo que en los 60 popularizase el vocal Barry Ryan, una mirada renovadora, barroca pero con una explosión techno efervescente. ‘Oro Negro’ es puro caviar para los paladares de aquellos degustadores del pop con gusto, a la par que en ‘Ángel Exterminador’ exorciza sus miedos y ese momento cercano a la muerte que ha tenido que pasar. Todo tiene una razón, un sentido, un lugar y una posición muy concreta. El ave Fénix ha renacido para seguir en la brecha demostrando una sapiencia de augur poco vista u oída en nuestra tierra.

1990. Histeria (1989)

1990. Histeria es sin saberlo su despedida, a poca distancia en el tiempo de ese 22 de septiembre de 1991 en el que un accidente automovilístico acabó con su vida. Aun así, y aunque para ser el definitivo legado la prensa de la época no quiso remarcar su avance, lo cierto es que desde el primer tema, ‘Histeria’, Tino dicta bases de pop con dulcificación techno que la mayoría de sus contemporáneos ni olieron. Paseos por las noches capitalinas –la retahíla de salas o pubes y sus escarceos de madrugada que detalla en la referenciada canción que titula el larga duración–, autocrítica sobre su evolución como artista –‘Destino Casual’–, exorcismos al mundo del sexo extrapolándolo a su imagen pública –el caso de ‘Sex O No Sex’– y tirón de orejas con ‘Que Digan Misa’ a los que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Cuando habla de amor –‘Corazón Bimotor’– derrite con enigmas en sus visuales letras donde el contenido es tan esencial como el continente, en las que cada palabra debe poseer esa musicalidad por la que trabajaban compositores como Björn Ulvaeus y Benny Andersson. Y al remodelar grabaciones de otros castellanizándolas, el ‘Killing My Softly (With His Song)’ de Roberta Flack y el ‘Don’t You Want Me’ de The Human League, el asunto se transforma en un festival de originalidad. Un LP sin desperdicio, como el resto de su discografía.

Subrayar cosas como ‘African Chic’, adelantándose por tres años al pop étnico de Paul Simon en Graceland (1986), o el derrotismo de un abatido Tino en ‘Etiqueta Negra’ y ‘Póker Para Un Perdedor’, aunque ambas posean una imaginería pop en sus hechuras impensables para la época (gran parte de culpa la tiene la influencia de Split Enz y otras formaciones de igual pelaje art pop). Y así fluía un trabajo que lo mismo te podía fusionar ritmos latinos a lo bachata con tecnológicos sampleados y unos estribillos populares o festivos (‘Azúcar Moreno’) como rompía moldes con ‘Legal, Ilegal’. Antes de que terminase ese 83 se edita una nueva versión del álbum, aunque ahora con el bombón extra que resultaba la canción ‘Tigre Bengalí’, corte ideado para la banda sonora de Sal Gorda (Fernando Trueba).


TINO CASAL
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