Tras cinco ediciones, el L.E.V. Matadero se ha convertido en un verdadero consuelo tras el fin del verano. Regresar a Madrid del mar es romper con el amor de verano que es la música en directo en la playa, pero este festival es todo un aliciente para volver a adaptarse a la gran ciudad. Sin embargo, este año fue más austero que nunca y eso nunca eleva los ánimos. Sobre todo antes de adentrarse en la programación. El Matadero es un gran espacio en el que organizar eventos pero puede ser todo un suplicio debido a su gestión. La limitación de aforo, prohibición de usar humo para los espectáculos y otros obstáculos hicieron que en general el evento se viera deslucido. Fue inevitable echar de menos el escenario de la plaza, que resultaba ser el broche del verano, las naves principales como espacios para los lives o instalaciones artísticas del nivel de pasadas ediciones. No obstante, la organización del L.E.V. sigue siendo impecable, tanto como su propuesta, actitud, compromiso y amor por lo que hacen. Y por eso sigue siendo uno de los eventos electrónicos más interesantes del año en Madrid.

Creación audiovisual contemporánea, experimentación sonora electrónica, arte digital de vanguardia y realidades extendidas. 16 proyectos de artistas procedentes de 11 nacionalidades distintas. Cuatro días de electrónica visual. Porque así es como se llama este festival: Laboratorio de Electrónica Visual, que viene a ser una pequeña muestra de lo que sucede cada puente de mayo en Gijón desde hace 17 años. Porque esa experiencia es mucho más grande, profunda y espectacular, pero la de Matadero es la forma idónea de introducirse en este fascinante mundo digital. Tal y como nos comentaba el otro día la dirección, el L.E.V. forma parte de una comunidad en la que impera la libertad creativa, el arte colectivo y la resistencia frente a monopolios, corporaciones y alienaciones que están absorbiéndolo todo. Es la puerta de entrada para mucha gente a tecnologías como la realidad virtual o la inteligencia artificial y manifestaciones como el video arte o la electrónica experimental.

El jueves comenzó con dos propuestas artísticas: una audiovisual y una performance. La primera, ‘Visual Bird Sounds’ del artista australiano Andy Thomas. Figuras abstractas que reaccionan al sonido basadas en grabaciones y fotografías de pájaros. Los distintos trinos parecían crear animaciones en 2D mediante algoritmos de motion graphics generativos, logrando un resultado muy relajante. Todo lo contrario que la instalación humana ‘SHRINK 01995’ del belga Lawrence Malstaf consistente en una hilera de performers suspendidos verticalmente en el aire dentro de grandes láminas de plástico transparente. Básicamente son envasados al vacío en directo porque un dispositivo se encarga de ir succionando el aire mientras los cuerpos atrapados van cambiando de postura para adaptarse a ese entorno asfixiante. Una alegoría fascinante que congregó a muchísima gente en todos los pases. De lejos, la actividad gratuita más impactante y exitosa de toda la programación.

En cuanto a los directos de esta primera jornada, hubo tres. El primero corrió a cargo de Rocío Guzmán. Un espectáculo de fusión entre el folclore andaluz y la música electrónica para presentar ‘Sonada’, su primer disco autoeditado, con la ayuda de Manu Prieto. Hubo flamenco, lírica y rumba, pero también sonidos urbanos, electro y loops futuristas. Escrito así no podría sonar mejor y, sin embargo, me costó conectar con la propuesta. Su voz es poderosa y hay canciones que funcionan, pero otras parecen forzadas. El siguiente live sí que pareció fluir de forma más orgánica: Katarina Gryvul en colaboración con el artista digital peruano Alex Guevara. Un espectáculo tanto visual como sonoro realmente denso, oscuro, ansioso y caótico, donde un muro de sonido se mezcla con los sonidos guturales, aullidos y agitados jadeos de la cantante. Y es que todo cobra especial sentido cuando sabes el trasfondo: una liberación emocional y catártica surgida del pánico que experimentó recientemente en su país. Y es que Katarina es ucraniana.

El último artista en actuar el jueves fue el francés NSDOS. Su perfil no podría ser más inusual por las dos facetas que combina, la de freak tecnológico y la de bailarín contemporáneo. Primero reinventa instrumentos ensamblando viejos convertidores de audio y emuladores de Gameboy con ordenadores samplers, después genera un techno acelerado lleno de percusión y más tarde se lo baila en la línea libertina con la que hace todo lo demás. Y por si esto fuera poco los visuales son interactivos (más o menos) con sus movimientos gracias a una serie de sensores que hacen que sea una especie de danza aumentada. Imposible apartar la mirada de toda la ejecución. Muy interesante.

El viernes quisimos comenzar el proyecto del colectivo taiwanés NAXS Corp, ID0, una videoinstalación interactiva en tiempo real que explora la identidad descentralizada de la sociedad post-Internet. Visualmente ha habido mejores obras en esa misma nave, pero me gustó el enfoque transmedia de conectar el espacio físico con el virtual a través de los móviles de los asistentes. Fue la única propuesta en ese lado del Matadero, todos los demás directos tuvieron lugar en dos espacios nuevos de espacio más reducido: la Casa del Lector y la sala de columnas de la Central del Diseño. Al primero fuimos a ver que se contaba Oval, alias de Markus Popp, todo un veterano de la electrónica contemporánea. Treinta años innovando a través de la respuesta autónoma del software que tan de moda está actualmente. A pesar de que su actuación resultó algo fría por ser la primera de la tarde en un espacio demasiado iluminado y con unos visuales a cago de Robert Seidel bellos pero carentes de dinamismo, la calidad musical fue excelente, llena de fuerza y matices.

Seguidamente, CoH & Abul Mogard nos presentaron su proyecto colaborativo surgido de un encuentro casual previo a la pandemia. Detrás de esos nombres están el artista sonoro e ingeniero ruso Ivan Pavlov y el artista italiano Guido Zen. Un viaje atmosférico y minimalista, casi ambient, con el que nos sumergieron en una intimidad desprovista de visuales (únicamente una lona digital con un degradado azul). A parte del público le pareció soporífero, pero a mí me resultó cautivador. El preludio perfecto para una de las actuaciones más fascinantes de todo el festival: ‘Femina’ de Riccardo Giovinetto. Imágenes deconstruidas de cuadros renacentistas al ritmo de glitchs polifónicos componen una obra prácticamente sinestésica. Una sesión de hipnosis de la que solo nos pudo sacar un final demasiado abrupto: dura demasiado poco y aún parece que dura menos debido a lo buena que es.

Por su parte el artista parisino Joakim presentó el proyecto ‘Second Nature’. Una amalgama de sonidos grabados en la naturaleza a lo largo de cinco años junto con instrumentación clásica y electrónica. Fauna y flora sintetizada para acompañar a unos visuales que reflexionan sobre la reacción de Occidente con el medioambiente. De hecho, la puesta en escena hace que el apartado audiovisual no actúe como telón de fondo, sino que sea el protagonista del live, colocándose Joakim detrás de la pista frente a la pantalla. No apuesta por la abstracción sino por imágenes llenas de significado, e incluso por momentos subtituladas. El relato es sugerente, pero nos interesó más situarnos tras él para verle montar una capa sonora encima de otra.

Acto seguido, la reconocida Venus Ex Machina, pseudónimo de la compositora y productora de Nontokozo F. Sihwa, desplegó una propuesta posthumanista sobre los visuales del laboratorio de arte multimedia taiwanés Xtrux. Juntos tramaron un universo muy oscuro, opresivo y febril en el que me costó entrar. Desde luego el apartado vocal no es el fuerte de la artista, aunque su talento para combinar música y tecnología es innegable, pero no llegué a conectar con ella. Un poco más con el artista multimedia de Glasgow Konx-Om-pax. Síntesis modular y arte generativo lleno de lisergia y vocación de cultura de club futurista. Nos hizo movernos, pero no tanto como la última actuación de la noche: Beatrix Weapons en colaboración con el artista 3D Ruido.Frío. Una macedonia sonora bastante desquiciada, en el buen sentido, en la que diferentes géneros encajan con naturalidad. Muy dinámica y un cierre que sacudió a una audiencia algo adormecida después de una jornada demasiado tranquila.

El último día, antes de disfrutar de las actuaciones lo hice del único pilar del festival que no tiene Gijón: las obras de realidad virtual aglutinadas en VORTEX. Tan heterogéneas como siempre y con bastante protagonismo de temas recurrentes como la emergencia climática, entornos postapocalípticos o los robots autónomos. Por ejemplo, ‘I saw the future’ rinde homenaje al profético Arthur C. Clarke a través de un conocido y discurso sobre deconstrucciones de su rostro (en lugar de eso hubiera sido de agradecer una interpretación virtual de sus palabras), mientras que ‘Templo de la carne / Tragedia Zoophilica’ imagina un templo en el que se rinde culto a carnaza de cerdos, vacas y humanos. Muy pertinente en un lugar como el Matadero. Muy bello el diseño de ‘Eggscape’ de Herman Heller y Jorge Tereso, simpático el robot AI del ‘Quantum Bar’ de Christina “XaosPrincess” Kinne y casi retro la pieza de cinemática 360º ‘NineDragons’ creada hace seis años por Yang Yogliang. Hubo una que realmente me fascinó: ‘From the main square’ de Pedro Harres. Una premiada experiencia inmersiva VR pero animada en 2D en la que vas viendo como una sociedad polarizada se autodestruye. Solo esta obra ya merecía la pena visitar un VORTEX en el que eché de menos una mayor integración y protagonismo de la música electrónica.

Donde sí que me vi totalmente saciado de creatividad musical fue en la Central de Diseño. Los cuatro lives tuvieron tanta calidad que elevaron absolutamente una edición del L.E.V. que hasta ese momento me parecía demasiado sobria. El encargado de abrirlo fue Verbose, pseudónimo de Carlos Bravo, un artista sonoro y visual salido del Centro de Residencias Artísticas de Matadero. Físico de formación y metalero por devoción ha acabado introduciéndose en la electrónica más técnica, porque no solo compone y programa la iluminación de su performance, sino que también desarrolla el hardware para componer hipnóticas sensaciones visuales. ‘Cýra’ fue uno de los pocos proyectos de la programación en los que el apartado visual realmente respondía a los estímulos sonoros en tiempo real y fue un deleite para los sentidos.

El listón estaba alto ya de inicio, pero las tres artistas que acapararon el tramo final no pudieron estar más a la altura. Corin Ileto fue la primera. Productora, deejay e intérprete, tiene formación pianística clásica y se nota en su barroca electrónica contemporánea. ‘Lux Aeterna’ es pura épica, la banda sonora perfecta para la caravana de elefantes de Aníbal cruzando los Alpes. La siguiente fue Halina Rice y su ‘New Worlds’. Sin duda alguna la artista que ofreció un set más dinámico, ecléctico y accesible de todo el festival. Una combinación irresistible de IDM en los altavoces y art-happening en los visuales. Este día el público estaba particularmente aletargado y se pasó la mitad del set sentado en el suelo pero finalmente los beats les obligaron a levantarse. La audiencia del L.E.V. destaca por ser introspectivo, respetuoso y muy tranquilo, lo cual es maravilloso para la mayoría de las actuaciones, pero en esta había que bailar. Lo acabamos haciendo cuatro, pero en otras circunstancias Halina podría activar a un cementerio. Deliciosa. Y como traca final un ciclón de Brooklyn llamada LustSickPuppy. Puro caos pasado de vueltas con gabber, punk, drum ‘n’ bass y rap como ingredientes principales. Con un público más activo aquello se habría convertido en una rave desquiciada, pero bueno, aun así, fue el revulsivo que necesitábamos para despedirnos enchufados del Laboratorio de Electrónica Visual del Matadero. Un año más ofreciendo una programación que nadie más ofrece. Ida y vuelta a la distopía del futuro que dejamos atrás.

Texto: Javi JB
Fotos: L.E.V.
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