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Opinión: Cultura del recorte

Hace unos días despertábamos en España con la desazón y el desconcierto con las medidas aprobadas por el gobierno de Rajoy acerca de la subida del IVA, decisión que ha marcado fuertemente el rechazo de diversos sectores, que se han lanzado a la calle para manifestar su desaprobación acerca del gravamen que supone la subida disparada de este impuesto indirecto sobre el consumo sin derecho a reembolso. Con el deber y la promesa del actual gobierno de recuperar 65 mil millones de euros en dos años, el disparo desproporcionado de estas medidas, con la excusa de la inmisericorde y repetitiva “herencia socialista”, el Partido Popular (popular, insisto…) abre los brazos al cielo implorando paciencia al último eslabón de su cadena, unos ciudadanos que más que asustados viven atemorizados ante un futuro que de poco esperanzador se ha vuelto convulso, hastiado y tremendamente cansado de tanto azote.

Uno de estos grupos ha sido el de la cultura que verá, a partir de septiembre, como en todo tipo de espectáculos culturales el IVA subirá del 8 al 21%, dinero que repercutirá en el consumidor o empresario a corto plazo, cuyo margen de maniobra es de por si deficitario. Como diría Terminator…”hasta la vista, baby” a carteles importantes en festivales musicales y los galeristas, coleccionistas, promotores de conciertos, críticos por no hablar del ciudadano de a pie que quiera acercarse a una sala de cine, música o teatro (cuyos porcentajes a las salas bajaban cada año) se verán en la tesitura de pensarse muy mucho el salir de casa.

La subida sitúa a España a la cabeza de los países que gravan la cultura y recientemente, muchos de los implicados salieron a la calle en la primera y desencadenante manifestación que se realizó hace unos días en numerosas ciudades españolas.

Hemos escuchado en los últimos años a través de los medios que España era el país del mundo donde la piratería había aumentado hasta niveles que la situaban a la cabeza del mundo en la utilización del software sin licencia, superando ampliamente a la media europea y relacionándola simbióticamente con los altos niveles de paro. No es casualidad, en este sentido, que España tiene junto con Grecia el dudoso privilegio de ser el único país de Europa donde ha visto aumentado estos índices. En nuestro país, en 2011 el valor del mercado del software ilegal se cifraba en 874 millones de euros, consecuencia de un índice de piratería del 44%.

Según la Encuesta de Hábitos y Prácticas culturales en España 2010-2011 se indicaba que las actividades culturales más frecuentes, en términos anuales son escuchar música, leer e ir al cine, con tasa del 84,4%, el 58,7% y el 49,1% respectivamente. Le seguían la visita a monumentos, museos y exposiciones y detrás la asistencia a conciertos de música actual, con un 25,9%, tomando como referente que cada año el 40% de la población asiste a espectáculos culturales en directo. Según esta misma fuente, el 64,85 % de la población suele escuchar música diariamente y el 79,8% al menos una vez a la semana. Con estos datos, no se podrá decir entonces que la música, el arte o el teatro es algo que no forma parte de nuestra vida, teniendo en cuenta, además que, por ejemplo, el porcentaje de la gente que pagó su entrada a precio normal en una sala de cine fue del 87,2%, con un índice de satisfacción medio de 7,7.

La incertidumbre ahora no sólo sería la adquisición de forma ilegal de descargas a través de la red, sino la poca disponibilidad del usuario hacia un bien general que forma parte del presente y futuro de un país. El andén se estrecha y el caminar se hace mucho más complicado por unos recortes que castigarán a un sector de por sí humillado y denostado en nuestro país. Si ya eran pocas las salas con versión original, si ya eran pocas las oportunidades de ver cine independiente, conciertos de grupos minoritarios donde a los artistas, si no se llenaba la sala, no llegaban a cubrir sus gastos de desplazamiento y actuación, las cosas dibujan un panorama aún más desolador; como esa obra tan terrenal como terrible que fue “La vergüenza” del maestro Bergman en su versión berlangiana, pero sin ningún atisbo para el humor negro. “Siente un pobre a su mesa” parece que será el eslogan de aquellos que verán como sus álbumes se pierden en las estanterías de las tiendas de música, que contemplarán como sus canciones se olvidan en el limbo de las células microcósmicas de Internet a la espera que alguien las escuche. Y donde las entusiastas ansias de futuro de los jóvenes talentos luchen por sobrevivir en un país que deja languidecer sus señas de identidad cada segundo, los mismos que ven aparecer insultos de diputados entre sí, peleas de gallos sin coraje, en jaulas de piedra que son su único refugio para un país que está a punto de descargar con puños de ira la sinrazón y la injusticia que les están continuamente golpeando.

Si hasta ahora los festivales de música eran una vía de escape para que muchos artistas no sólo se dieran a conocer sino consiguieran acercar a su público a escuchar sus canciones en vivo, con estas medidas los ajustes implicarán que el recorte propicie la disminución de organizaciones que se dediquen a traer a muchos grupos; y si lo hacen, posiblemente, se decantarán por los grupos que les den menor capacidad para la pérdida de gastos (si queréis llamarlo así, los más comerciales o con mayor cobertura mediática), con lo que otros artistas quedarán relegados a un segundo plano, sino al olvido.

Suponemos que ahora el gobierno declarará un sospechoso silencio sepulcral acerca del castigo que quería infringir a todos aquellos que querían descargarse películas y música de Internet. Quería castigar al malo y no esperábamos que lo hiciera metido en un tanque.

Pero, gracias a Dios, ya que el maestro Berlanga ya no está con nosotros, (ay, la gran película que podría haber realizado con todo esto….) seguiremos hurgando en los subterfugios de todo aquello que nos interese, ya sea teatro, música, cine, exposiciones o festivales en la búsqueda de algo que de sentido a la vida que para muchos de nosotros es mucho más que un lujo, o como quieran llamarlo nuestros gobernantes. En ello estamos, en la búsqueda de nuestra Freedonia personal, cuando nuestros dirigentes son meras caricaturas de ese mundo disparatado imaginado por los hermanos Marx en la desternillante Sopa de ganso. Si Fellini viviera haría un circo con todo esto. Y Buñuel algo mucho mejor.


Texto: Ángel Del Olmo

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