Día de la Música 2012 – Matadero de Madrid – 23/06/2012

Tras la primera jornada del Día de la Música 2012, el sábado del Día de la Música estuvo marcada por la ciclónica aparición de James Vincent McMorrow quien con tan sólo su guitarra bajo el brazo dejó arrasado todo a su paso. Si “Early in the morning” ya era una joya escondida en los cofres de la música más apasionante del pasado año, la constatación que de música hace el cantautor irlandés llega hasta cotas ultraterrenales, deshaciendo el millones de pedazos las piedras que cubrían el Matadero de Madrid y cincelando lágrimas que llovieron a mares a dos segundos de comenzar su repertorio. Con cada canción creaba una figura de ensoñadora y melancólica belleza que con laboriosa majestuosidad vocal dejó marcados a los cientos de seguidores que llenaban el espacio dedicado a su concierto. Era la primera vez que venía a España. Mucho se habla ya de la visita de Bon Iver a nuestro país en los próximos meses. Por ahora, ni con una pértiga se alcanza a este galgo. Ha sido el mejor concierto del Día de la Música y uno de los conciertos del año. Sus minutos serán recordados como un disparo a millones de kilómetros por hora hacia la posteridad de 2012. Todo lo que se cuente sobre McMorrow es poco; sólo pedirle que si quiere deshacer el hechizo de recubrir con magia la insondable levedad de la música, venga pronto a visitarnos. Nos hará un favor a nosotros y aniquilará con quilates de calidad la mediocridad imperante. Su cegador fulgor aún me tiene anonadado. Su concierto fue una obra maestra de sencillez, cuya catarata de emoción era el fiel reflejo de la tenaz obra de un maestro.

Poco antes había tocado David Thomas Broughton. Cuando no se le iba la olla, entre capas de sonidos, gritos y paseos entre el público (amén de cantar descalzo), sus melodías se convertían el algo pacífico; pero su puesta en escena (no sé si es performance o teatro cantado…) no acaba de convencerme. Sólo por momentos llegaba a seducirme.

Julia Holter

Julia Holter, sin embargo, se pasea por sus senderos musicales con más acierto que descuido. Porque su música es agradable de escuchar desde cualquier ambiente y dondequiera que uno se encuentre. Junto a su deliciosa voz, el chelo hacía lo propio y el conjunto dejó agradable sabor de boca. El folk tiene tantas vertientes y está de moda, no hay duda; por eso es complicado hacer un mapa de sus ramificaciones e influencias.

El nivel volvió a subir a media tarde debido a la ayuda de dos grupos con experiencia. Por un lado, el rock fronterizo de Alejandro Escovedo & The sensitive Boys, que hizo la delicias de todos aquellos que volvían a llenar el recinto que antes había hecho tambalear McMorrow. Si digo que Escovedo y su grupo saben tocar la guitarra no descubro el donuts de chocolate, pero escuchar su delirio a las cuerdas, (sobre todo en sus veinte últimos minutos), es constatar el saber hacer de un artista. Parecían que por sus escenas musicales podrían pasearse los fantasmas que iluminan las películas de Win Wenders o John Sayles. Grandísimo concierto del de Texas.

De ahí, como todo lo calculado en un Festival de estas características y para que el sonido no se monte, Mercury Rev (tras catorce años de la publicación de “Deserter’s songs”) presentaron su esplendoroso e ilustre álbum. Como al escuchar su colección de viñetas, al sonar sus canciones parece que se nos echa encima una Navidad eterna. O como si Eduardo Manostijeras recortara las nubes y cayeran sobre nosotros miles de plumas. La tarde moría poco a poco y su música aún se hacía más mágica. Calcaron el álbum como se esperaba de ellos, con maestría y perfecta en los múltiples arreglos del disco de estudio. Jonathan Donahue se comportó como un auténtico mago, enfundado en pantalón y camisa de manga larga granates y con la cara salpicada en brillantina verde, la misma que inunda de esplendor el memorable trabajo que homenajeaban.

Mercury Rev

Con Maxïmo Park me ocurre lo mismo que con Two Door Cinema Club, pero en su versión post-punk. Me terminan cansando y no me llega a contagiar, ni su intención de llegar al estribillo fácil ni la aparente locuacidad de sus canciones. Eso sí, el ambiente era similar al del día anterior. El público queda volcado irremediablemente en sus composiciones. No entro en su mundo y me dejan con la sonrisa congelada.

Sin embargo, el universo brumoso de Apparat llega a la conmoción. Con esas líneas de bajo contundentes, cercanas al mundo de Burial, y la voz y batería es como si dijesen a Massive Attack que se pusieran un traje de neopreno y les obligaran a bailar flamenco. Excelentes y emocionantes, fue la mejor de las propuestas electrónicas del Día de la Música madrileño.

Y para terminar, el saltarín mundo de Metronomy, que con su “The English Riviera” se han hecho un hueco entre aquellos que gustan del pop de baile sin prejuicios. Divertido y correcto fin de fiesta para celebrar lo que muchos vemos más que un espacio para la cultura o la celebración esporádica como una forma de entender la existencia. Todas las formas y fondos de la música popular en varios días de celebración. Algo que vemos necesario. Y que sean muchos más los años por ovacionar, con la excelente idea además de acercar a los más jóvenes el mundo de la música en nuestro país, propuesta que este año ha tenido a bien desarrollar la organización. Insisto, una vez más, en mi enhorabuena a todos aquellos que han trabajado para que el resto oigamos lo que sale de las cuerdas y las gargantas de nuestros grupos favoritos.

Maxïmo Park

Texto: Ángel Del Olmo

adelolmo

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