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Opinión — Escuchar y tirar

  • jmvilches
  • 29/11/2013

 

No es complicado escuchar y leer desde hace tiempo muchas voces que claman contra la banalización de la música o los perjuicios que supuestamente provoca el fácil acceso a toneladas de música hoy en día. Y quien dice hoy en día dice también desde hace más de diez años… así que la cuestión parece radicar en una supuesta mercantilización de la música que se distribuye en ingentes cantidades y que gracias a internet el acceso a miles y miles de referencias se ha facilitado enormemente. Sin embargo, quizá todo esto no es absolutamente nuevo.

La música, como cualquier otro producto, siempre ha sido objeto de un intento continuo por vender aquello que pueda dar más beneficios inmediatos. Las normas que rigen la mercantilización del pop actual no son muy diferentes de la que dominaban hace treinta o cincuenta años. Ya en los años veinte el jazz tuvo su propia adaptación a los gustos de la alta sociedad blanca y Paul Whiteman era el rey del jazz, un músico mediocre que consiguió montar un auténtico imperio en torno a las orquestas jazz y que incluso llegó a ser seleccionado por los universitarios norteamericanos como el músico más grande de todos los tiempos, por delante incluso de Beethoven y otros compositores clásicos, aunque el tiempo no les dio la razón…

En la década de los sesenta nos encontramos ejemplos similares. ¿Quién recuerda hoy en día a gente como Percy Faith, The 5th Dimension o Johnny Horton? ¿Y quién recuerda a Andy Gibb o Tony Orlando And Dawn de los setenta? Todos ellos tuvieron grandes éxitos. Pero si nos quedamos en España también ocurre lo mismo con Manolo Otero o José Luís y su guitarra, entre muchos otros. Por supuesto, es cierto que otros muchos sí permanecen en nuestra memoria, pero sirve como ejemplo de músicos que tuvieron éxito en su momento y que no dejaron un poso en la historia de la música.

En este sentido, lo que ocurre hoy en día es exactamente igual. Asistimos —atónitos a veces- al enaltecimiento de ciertos artistas que, durante un tiempo, parecen estar en todas partes: giras infinitas, discos que se graban como churros, entrevistas cada dos meses en radios nacionales o portadas en revistas. Pero no nos dejemos engañar: esos músicos son sólo una pieza más en el despiadado engranaje de la industria musical y su función no es más que hacerles más ricos durante una breve temporada. Es decir, escuchar y tirar, el mismo paradigma y ese concepto de un ciclo de vida cada vez más corto que este sistema económico aplica a otros tantos productos.

La música de escuchar y tirar alienta el consumo en tiempos de bonanza y ayuda a evadirse en épocas de crisis, pero no permanece en el tiempo. Y esa es la buena noticia, porque quienes nos dedicamos a esto podemos elegir dedicarnos a escribir de aquellas bandas que consideramos más interesantes y no emplear un sólo segundo —o quizá alguno sí le dedicamos de vez en cuando porque a veces no es fácil discernir- en todas esas que pululan de radio en radio y de gala en gala.

 

 

Texto: Juan Manuel Vilches

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