Opinión – La fauna del periodismo musical

En cualquier grupo humano se encuentran diferentes tipos de roles que, de forma más o menos acusada, se repiten concienzudamente allá donde miremos. Ya sea en un grupo de amigos, en una clase de la facultad o en el trabajo hay ciertos estereotipos que permanecen, aunque no siempre asumimos el mismo rol. En función del entorno, las circunstancias, lo que otros esperan de nosotros e, incluso, lo que queremos transmitir somos capaces de asumir uno u otro rol.

Dentro del periodismo musical podría parecer a priori que no es tan fácil detectar y distinguir tales roles, puesto que habitualmente el trabajo es bastante solitario, si exceptuamos las crónicas o las entrevistas, y el espécimen en cuestión no actúa dentro de un grupo. Pero no. El periodista musical trabaja con un material popular, se relaciona con otros compañeros de profesión y, sobre todo, ejerce una labor que está –o debería al menos- sometida al escrutinio público constante, por lo que no es fácil escapar a alguno de los siguientes roles.

Los roles de los críticos de música

    • El emperador: lleva en esto más tiempo del que puede recordar y algunos miembros de la comunidad reconocen en él una autoridad y le profesan respeto, lo que le hace merecedor a su juicio de un lugar en los libros de historia o, en su defecto, de periodismo. Proclive a enfrentarse con otros que aspiran a ostentar el mismo título y, finalmente, esclavo de su propia ambición.
    • El guía: orienta a los lectores sin subirse a ningún púlpito. Contextualiza los discos, explica la trayectoria de los músicos, realiza un análisis argumentado y deja una pequeña parcela para su propia opinión, pero sin otorgarle todo el protagonismo. El rol al que todos deberíamos aspirar.
    • El moderador: siempre busca mitigar cualquier tipo de desencuentro y evitar discusiones, lo que en ocasiones le hace un sujeto muy útil, dada la frecuencia con que el mundo de la música se enfrasca en torno a debates sin ningún tipo de interés o calado. Poco frecuente.
    • El talibán: si no eres de “los suyos” estás contra él. Poco le importa el análisis mientras el músico en cuestión pertenezca a su tribu.
    • El admirador: es quien se dedica fundamentalmente a aplaudir y jalear cualquier disco, concierto y cualquier cosa que hagan o digan sus músicos preferidos. Los demás… bueno, digamos que no le interesan. Su gran momento es ese en que el su músicos preferido le concede un minuto de atención, lo que aprovechará para contarnos a todos los amigos que son de toda la vida.
    • El agresivo: sufre, se enfada y reacciona virulentamente contra todo aquel que tenga la osadía de no gustarle su grupo preferido. Arremente con todos y contra todo por sistema.
    • El experto: recoge y guarda todo tipo de información, ya sea útil o no, sobre grupos, géneros o instrumentos. Si también es agresivo tiene a confundir información con sabiduría y cualquiera que le haga saber que puede encontrar lo mismo que él cuenta con una simple búsqueda en internet será debidamente ametrallado con innumerables datos y quejas.
    • El crítico: se dedica fundamentalmente a censurar de forma sistemática todo lo que cae en sus manos, a veces sin ningún tipo de análisis o justificación, porque suele partir del supuesto de que sus opiniones son únicas y, por supuesto, todos los demás están equivocados.
    • El pesimista: considera que todo músico pasado fue mejor y siempre ve la actualidad como una degeneración de géneros y grupos. No pierde su valioso tiempo escuchando bandas actuales, lo que le otorga en ocasiones la curiosa capacidad de cuestionarlas.
    • El gracioso: lo encontramos a menudo en su medio habitual, Twitter, mofándose y haciendo gracietas varias sobre cualquier noticia o cuestión de actualidad.
    • El espabilao: es aquel que sólo busca algún tipo de recompensa: un pase de prensa o alguna copia promocional que le posibilite situarse, según su propio sistema de valores, por encima de los demás. Capaces de cualquier cosa si tienen ínfulas de emperador o retazos de admirador y agresivo.
    • El mercenario: se vende rápidamente al mejor postor y pone su blog o su teclado al servicio de cualquiera que desee pagar por leer unas líneas halagadoras.
    • El incompetente: está en esto como podría estar en cualquier otra cosa, porque sus interesas suelen ir emparejados a los del admirador, el mercenario o el espabilao, pero su absoluta incapacidad y falta de conocimiento le dejan al descubierto.

Por supuesto, estos roles a grandes rasgos se entremezclan a menudo dando lugar a híbridos como el emperador-agresivo, que se enzarza en continuas disputas con otros emperadores o el admirador-agresivo que puede acabar incluso siendo un acosador. Y prácticamente cualquiera corre el elevado riesgo de convertirse en mercenario, porque esta profesión no da para vivir a menos que seas un emperador, por lo que muchos que buscan con ahínco ganarse la vida con esto acabarán sin duda al servicio de la voz de otros. Una transición mucho más frecuente de lo que parece.

Los roles, ese conjunto de conductas y comportamientos que una persona exhibe de modo característico dentro de un grupo, los adquirimos, desarrollamos y modificamos durante toda nuestra vida. Funcionan como elemento cohesionador y catalizador de las relaciones en cualquier grupo y, desde luego, no es fácil encontrar muchos casos de personas que se atrincheren en uno u otro rol de forma muy marcada. Pero todos tendemos a inclinarnos – más o menos acusadamente- hacia alguno de ellos y un periodista musical no puede permitirse ejercer ciertos roles en su práctica profesional, porque le aleja en demasía de cualquiera de los puntos de todos los códigos deontológicos de la profesión y supone el principio de cualquier deformación profesional. Y esta identificación de roles, a modo de juego más o menos entretenido, quizá pueda ser un punto de partida para preguntarnos qué tipo de profesionales queremos ser…


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jmvilches

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