Opinión – Llámalo como quieras: feeling, swing, duende, flow, tumbao, riddim, blues…

Un día cualquiera puedes escuchar una canción, tal vez por enésima vez o quizá sea ella la que te encuentre en algún momento que no esperabas y a los pocos minutos hay algo que te remueve las entrañas. Puede que consiga hacerte llorar, bailar desaforadamente o que una inexplicable congoja te comprima el pecho. Incluso es posible que hayas escuchado un disco que no te haya calado especialmente, pero hoy has visto a esa banda en directo y te has estremecido. ¿Cómo explicarlo? Y es que a menudo debemos echar mano de conceptos abstractos a la hora de definir aquello que una canción nos transmite. Esto sucede porque hay algo que se nos escapa, algo que no podemos acotar con exactitud y que, seguramente desde el origen de la humanidad, el hombre ha intentado explicar con palabras y no ha sido capaz de lograrlo. Tampoco lo conseguiremos hoy aquí, pero podemos citar a Goethe que, al hablar de Paganini, definía esta sensación así: “poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica“.

Más allá de la técnica existe una sensibilidad especial que diferencia a un músico de otro. Es el sello personal, la impronta única e intransferible que un músico transmite en su interpretación. Porque el feeling, como más comúnmente se conoce, puede ser muy subjetivo, pero es un elemento tangible, puesto que se refleja en la interpretación y no en la ejecución. El feeling trae esa expresividad, esa intensidad y esa naturalidad que hace que la misma sucesión de notas suene totalmente diferente tocada por una u otra persona.

Pero el feeling, que ha sido frecuentemente usado para referirse al blues y, más concretamente, a sus guitarristas, tiene un abuelo: el blues o el blue, esta vez no como género sino como estado anímico. A pesar de que distintas fuentes remontan el uso de la expresión el siglo XVIII mencionando una comedia titulada The Blue Devils, en la que aparecía unos demonios que eran una metáfora de un estado alterado de conciencia, lo cierto es que la expresión “tener el blues” no empieza a popularizarse hasta la segunda mitad del siglo XIX y ya a comienzos del siglo XX W.C. Handy la deja totalmente establecida con su Memphis Blues. Charlotte Fronte, una maestra afroamericana, hace una de las primeras alusiones a esta idea en 1862: “casi todos parecían alegres y contentos y yo, sin embargo, llegué a casa con el ‘blues’. Me tendí sobre la cama y, por primera vez desde que llegué aquí, me sentí muy sola y me apiadé de mí misma.

Tener el blues” es algo más que un estado de tristeza o melancolía. Es esa amargura, ese dolor, la nostalgia, la incertidumbre ante el mañana y tantas otras sensaciones que se agolpaban en el pecho de tantos y tantos afroamericanos durante el siglo XIX y el XX. Primero por su condición de esclavos, más tarde por las consecuencias de la segregación racial y siempre por la durísimas condiciones de vida que tuvieron que padecer. Algo de este sentimiento fue descrito por “Ma” Rainey, que cantaba en Slave To The Blues: “blues do tell me do I have to die a slave / do you hear me screaming you’re going to take me to my grave / If i could break these chains and let my worried heart go free / Well it’s too late now the blues have made a slave of me”.

Con la popularización del blues como género y una mejora en los derechos civiles de la población negra durante los años 60 poco a poco el blues acaba por asemejarse y utilizarse más que para referirse a un estado de ánimo a una sensación e, incluso, una forma de expresión en la interpretación musical. Llegamos así, de nuevo, a esa sensibilidad especial a la hora de tocar y sus diferentes formas de llamarla. Y el jazz también tiene la suya, porque el swing, además de un subgénero en sí mismo, hace referencia de igual forma a esa interacción fluida que surge –no siempre- entre los músicos. Es una sensación profunda e intensa que brota desde el escenario y tiene su respuesta en el público. El glosario Jazz in América lo define del siguiente modo: “(…) cuando un intérprete individual o un conjunto toca de una forma tan rítmicamente coordinada que provoca una respuesta visceral del oyente (hasta el punto de provocar el tamborileo de los pies y el cabeceo de la cabeza). Una sensación de irresistible flotabilidad gravitatoria que desafía incluso la misma definición verbal“. En este sentido el swing tiene un hermano funk y rockero: el groove que, según la Wikipedia, “es una comprensión del patrón rítmico, o un sentimiento, y una sensación intuitiva de un ciclo en movimiento, que surge a partir de patrones rítmicos cuidadosamente dispuestos, que ponen en movimiento al oyente“. El swing y el groove llevan implícito el concepto de coherencia rítmica, pero también son términos usados frecuentemente para aludir a esa expresividad de la que hablamos.

El flamenco también tiene su particular forma de referirse al feeling: el duende. Según Domingo Manfredi Cano, el duende es “una situación en la que el cantaor alcanza los límites del trance y transmite a sus oyentes una carga emocional de tal naturaleza que los arrastra al paroxismo, límite con la locura, es cuando los oyentes se rasgan la camisa a tirones y los hombres más enteros, se secan los lagrimones a manotazos”. El poeta Joaquín Romero Murube hablaba de los “cantaores de flamenco idiotas que creen que el duende es domesticable, y hacen para apresarlo un movimiento de mandíbula, unos cortes en el ritmo de las coplas, o espasmos guturales, que, más que duendes invisibles, son gallos gordos que se le escapan del gallinero del quiero y no puedo de sus pobres facultades sin gracia”. Y probablemente a uno de ellos se dirigía Manuel Torres que, según García Lorca, le dijo una vez a un cantaor: “Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfaras nunca, porque no tienes duende“. Y es que para Lorca Manuel Torres era “el hombre de mayor cultura en la sangre” que había conocido…

En el rap tenemos un término que, sin ceñirse exactamente a los significados mencionados anteriormente, sí está íntimamente relacionado: el flow, que se refiere a la cadencia que crean las palabras (y sus matices) sobre el ritmo. Esa habilidad para que la voz fluya sobre la base rítmica también es una forma de expresividad y cada MC en este caso aporta la suya. Y en casi todos los estilos podemos encontrar términos para referirse a este concepto: en la salsa se utiliza tumbao para referirse al impulso que hace fluir el baile y el reggae usa riddim (una deformación popular de rythm) para hablar también de esa coherencia rítmica de la que hablábamos antes.

La música es un arte en el que el componente de improvisación, emoción y sentimiento es mucho mayor que en otras disciplinas porque, por ejemplo, la literatura precisa mucho más de una labor de concentración en la que la razón tiene casi siempre más peso que la visceralidad. Y por ello, hay infinidad de caminos –conocidos y por explorar- mediante los que llegar a las entrañas del oyente, que es el objetivo último de cualquier músico. Pero eso sí, siempre teniendo en cuenta, como bien decía Duke Ellington que “si la interpretación no tiene swing, la música no significa nada”.


El ángel da luces y la musa da formas (…) En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre. Federico García Lorca

jmvilches

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  • "una buena canción es una buena música, una buena letra, un buen arreglo, una buena interpretación y algo que nadie sabe lo que es pero que es lo más importante de todo"

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