A pesar de tener un sonido bastante mejorable durante parte del concierto, las indiscutibles tablas de Rosendo, en sintonía con las del bajista Rafa Vegas y las del batería Mariano Montero, consiguieron que, pese a la sencillez de la formación, el público se comportara en el Arteria como en un local de rock más.
Ya puestos en pie, el personal se lo pasó en grande con el recorrido por los temas más conocidos de la trayectoria de Rosendo, desde sus inicios en Leño. De esta etapa, dejó las potentes “Entre las cejas” y “La Fina” para la última tanda, una buena artillería que puso a desgañitarse hasta al más tímido.
De su etapa en solitario (iniciada en 1985), este artista, condecorado con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, abrió el trayecto con “De nada más”.
Durante los primeros temas, le costó un poco encontrar el clima adecuado. Pero con la llegada de “Mala Vida” y “Del Pulmón” ya tiene a todos los presentes en el bolsillo.
La primera y casi única vez que utiliza el micro para explayarse más allá del “gracias” posterior los aplausos entre canción y canción, es para presentar la canción homenaje “al Antonio Vega” con “Lo que tú y yo sabemos”.
“Flojos de pantalón”, “Masculino singular”, “Loco por incordiar” o la mítica “Agradecido”, tuvieron un sobresaliente de nota para el auditorio. Tanto como “El alma se colma” con su hijo Rodrigo, también autor del tema. Fue un momento de gran emoción para los asistentes, fieles a los conciertos del de Carabanchel y poco acostumbrado al efectismo. Sonó bonito y auténtico, sin trampa ni cartón.
Otro cantar fue la aportación espontánea de Miguel Ríos para cantar el último tema de la noche. El himno para todos los seguidores de Rosendo y para varias generaciones: “Maneras de vivir”, y que debía ser el gran colofón de la noche, estuvo entorpecido por un Miguel Ríos que tuvo que ayudarse de su teléfono móvil para seguir la letra de la canción.
En definitiva, una aportación que sorprendió al propio Rosendo y que deslució el punto final a las dos horas de concierto, en las que el teatro de la Gran Vía madrileña se transformó, con petición de dos bises y ganas de más, en el garito más roquero del barrio de Carabanchel.”¡Se os quiere!”.
Texto: E.P.I.
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