Crónica de Deer Tick en Caracol (noviembre de 2018)

Hubo un verano hace ya bastantes veranos en el que me dediqué a versionar canciones en una playa de la Costa Brava junto a un amigo. Él tocaba la guitarra, yo cantaba. Ni él sabía tocar, ni yo cantar, pero aún así, había una canción que se intuía singular a pesar del destrozo. Se titula “Ashamed” y, a día de hoy, sabe aún más a sal y vino, risas y llantos. Sabe a una composición hecha por un grupo especial, distinto a todos los demás, que se llama Deer Tick.

Son unos gamberros, payasos incluso, desenfadados, pasotas, irreverentes, excéntricos, outsiders… y, sin embargo, estamos hablando del mejor grupo de rock and roll clásico, o folk rock contemporáneo, de la última década. Y por consiguiente, el grupo que más en serio puede, y deberías, tomarte. Suenan frescos en lugar de retros. Aunque no los hayas escuchado nunca todo lo que hacen te resulta familiar y, sin embargo, no podrían estar más lejos de ser una fotocopia de todas sus influencias. El adjetivo “diferente” se usa con una ligereza insultante, pero en su caso, es certero. Son pura genialidad.

Por todo eso y unas cuantas cosas más que diremos en esta crónica, resulta inconcebible que semejante explosión de talento, entrega, actitud y creatividad, no sean recompensados con mayor repercusión y reconocimiento. Con la madrileña sala Caracol a medio a foro, podríamos decir que pasan bastante desapercibidos. De hecho, y aunque estén en su mejor momento, seguramente nunca lleguen a más. A ellos no parece importarles demasiado y, a pesar de la injusticia que eso supone para el arte, a nosotros tampoco. No están comprometidos con nadie más que consigo mismos y, por eso, resultan absolutamente creíbles en todo lo que hacen, tanto convirtiéndose en el mejor grupo tributo de Nirvana del planeta cuando se enfundan el traje de Deervana por pura diversión, como componiendo temas de folk, americana, rock and roll, pop rock, o una fusión de todos esos géneros con una naturalidad envidiable.

El pasado 18 de noviembre ofrecieron la mayor elegancia que les hayamos visto desplegar sobre un escenario. Fuera llovía y hacía uno de esos días que te empujan a meterte debajo de una manta en el sofá. Suerte que no hicimos caso a nuestros impulsos y optamos por refugiarnos en la calidez del prodigioso trío de Rhode Island. El año que viene publicarán un nuevo disco titulado ‘Mayonnaise’ del cual ya han lanzado algún single, pero lo que vinieron a presentarnos fue ese extraño y delicioso doblete al que llamaron ‘Deer Tick Vol.I‘ y ‘Deer Tick Vol.II‘.

Pero antes de resumir con cuatro pinceladas su concierto, hablemos de Joanna Barbera, la cantautora neoyorquina que les está teloneando en esta gira para dar a conocer su sensibilidad y savoir faire. Nos presentó tanto su EP del año pasado como sus nuevas canciones, folk etéreo con muchas cosas en común con su añorado ídolo Tom Petty, del cual que interpretó “Breakdown”, o el Ryan Adams más intimista. Alguien del público también le reclamó “When The Rain Comes”, su canción más conocida al otro lado del charco por haber aparecido en la serie Mentes Criminales, aunque la propia Joanna reconoció no haberla visto. Una maravilla de calentamiento.

Volviendo a Deer Tick, lo de “carismático líder” es uno de esos clichés del periodismo musical que se repite como un mantra, pero es que el carisma del frontman John McCauley es tan espontáneo que es inevitable mencionarlo. Aunque lo de frontman sí que no le pega tanto, al fin y al cabo, las tareas están tan repartidas en el seno del grupo que todos cobran igual relevancia. Me encantan las voces de los tres, pero no puedo evitar rendirme especialmente ante McCauley que lo mismo se pone en plan meloso que redneck, pero siempre haciendo gala de una personalidad vocal muy particular. Por no hablar de sus cualidades como letrista, absoluto cuentacuentos del corazón, que ahí si que deja en evidencia a la mayoría de compositores de su generación.

Con los primeros acordes de “The Dreams in the Ditch” supimos que se avecinaba una velada para el recuerdo. Nos regalaron baladas, medios tiempos e instantes frenéticos y enloquecidos. Puede que su disco ‘The Black Dirt Sessions’ sea lo mejor que han hecho, pero canciones nuevas como “Jumpstarting”, “Look How Clean I Am” o “Card House” prueban que siguen manteniendo el listón igual de alto. Con su tremendo cover de “White City”, de The Pogues, se ganaron un trocito más de nuestro corazón, y con “Dirty dishes” casi a capela para responder a la petición de un fan, otro más. Aunque fue con “20 miles”, mucho más pausada y emocional que en el estudio, con la que arrancaron los coros del público, al igual que sucedió con la intensificada “Ashamed”, con la que me devolvieron una vez más y por siempre, a aquella playa solitaria.


Texto: Javi JB
Fotos: Marta Pérez
javijb

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