Cuando Stravinski estrenó en 1913 ‘La Consagración de la Primavera’ en París se lío pardísima. El público no estaba preparado para semejante impacto visual y auditivo y a los abucheos les siguieron los gritos y las peleas entre varios asistentes. La bronca se desmadró de tal manera que los músicos tuvieron que dejar de tocar y el artista ruso se vio obligado a abandonar el teatro. Un año después, la ópera regresó a Los Campos Elíseos y entonces sí que fue un éxito absoluto. Es lógico pensar que no fueron los mismos de la primera vez, sino un público diferente, los hipsters de comienzos de la Primera Guerra Mundial, ansiosos, receptivos y preparados para lo que iban a escuchar. Stravinski se adelantó a su tiempo y creó una música que años después incluso acabaría poniendo la banda sonora a una película de Disney, pero que, en aquel momento, resultaba incomprensible y desasosegante.

Como bien estáis pensando, desde la primera línea de esta anécdota histórica ya estaba hablando del Laboratorio de Electrónica Visual de Gijón y de todo lo que en él sucede. Porque en ese lugar también acuden artistas de vanguardia y un público a su altura, ávido de esa sobredosis de dopamina que solo la disonancia les puede aportar. Porque el L.E.V. es un campo de pruebas que exprime sonidos, imágenes y sensaciones para que éstas impregnen las mentes y corazones de excéntricos, atrevidos, inconformistas. Artistas y autistas a los que lo que no emana novedad, les resulta reiterativo. Y que por eso necesitan estímulos diferentes a los que la alienada cultura pop les tiene reservados. Necesitan un tipo de música electrónica que les haga bailar por dentro y convierta sus neuronas en fuegos artificiales. Eso, y no otra cosa, es precisamente lo que cada año nos da el L.E.V.

El último fin de semana de abril, la Laboral y otros espacios repartidos por la ciudad, como iglesias, centros culturales y el jardín botánico, volvieron a llenarse de arte conceptual, proyecciones neuronales y fascinantes atmósferas que nos descubrieron universos hasta entonces desconocidos. Porque este es uno de esos pocos festivales de los que conocer a los nombres que conforman el cartel es algo totalmente indiferente. Al L.E.V. se va a descubrir, aprender y dejarse llevar. Por eso cualquier persona que sea curiosa por naturaleza y tenga una mínima inquietud cultural, puede disfrutar de su propuesta como la que más.

Una de las principales señas de identidad del festival son sus instalaciones artísticas, como la de Martin Messier, en la que se podían visualizar capas de sonido que se quebraban con contrastes acústicos, o la de Maotik, un tejado cóncavo en el que se proyectaban mareas de ondas que simulaban la visión de un dron de vigilancia. No nos olvidemos tampoco del túnel retro futurista dispuesto por Olivier Ratsi en el Palacio de Revillagigedo, los poliedros de neones de colores de la Capilla de San Lorenzo, o el más aplaudido: el Lampyriade de Carlos Coronas, colocado en el hall de entrada de la Laboral, en el que un cubo con cuatro programas llamaba a todo aquel que pasaba a su lado a acariciarlo para provocar formas lumínicas fruto de la interacción.

Pero hablemos ya de las actuaciones que nos deslumbraron en la edición de este año. El festival no pudo empezar mejor que con Kara-Lis Coverdale, un espectáculo con MFO en el Teatro que fue todo un viaje onírico creado gracias a dos pantallas frente a ella, en las que plasmaron su poesía visual dos proyectores, uno situado detrás del público y otro detrás de la canadiense. Pura psicodelia hermosa e hipnótica que de primeras ya fue de lo mejor de todo el festival. Le siguió “Frecuencies” de Nicolas Bernier, una experiencia estroboscópica realmente frenética compuesta de planchas que se iluminaban con los extraños sonidos industriales, hasta el punto de que fuimos capaces de verlos y nos dio la sensación de que incluso podíamos haber llegado a tocarlos. Realmente impresionante. Exactamente lo contrario que sucedió con la propuesta de Amnesia Scanner y Bill Kouligas, que tirando del recurso de parapetarse tras una gran pantalla, proyectaron insulsas imágenes escogidas de forma aleatoria de Internet que se fundían de forma brillante, todo hay que decirlo, pero que no acompañaban a una música más molesta que otra cosa.

En la nave, Maotik nos abrumó con un directo deslavazado que dio la impresión de ser demasiado improvisado, aunque al menos estuvo acompañado de unas magníficas geométricas visuales. Suerte que el británico Logos nos trajo un minimalismo experimental muy efectivo al que puso cara Oscar Sol y sus visuales llenos de calidad. Por su parte, Bytone fue la mejor propuesta del viernes en la nave, con una deliciosa mezcla de IDM, electro y techno de corte oscuro, con imágenes de Markus Heckmann. Si bien es cierto que el que le siguió, Samuel Kerridge, logró cautivarnos con su industrialeo pasado de vueltas. Muy salvaje. Sin duda el broche perfecto para una primera jornada espectacular. Y aún no habíamos visto casi nada.

El sábado, desgraciadamente hubo que prescindir de las actuaciones del escenario del Botánico, que tantos grandes momentos nos dieron en pasadas ediciones. Se han comenzado a restringir los eventos en ese bonito lugar y este año simplemente dejaron una actuación allí para el domingo. De modo que el nuevo escenario fueron las canchas de la Laboral. Allí Kiki Hitomim dispuso su extravagante j-pop y Synkro su atmosférico bass. Por otro lado, en la deslumbrante Sala de Pinturas, nos dejamos embaucar por el ruidismo de ARK9, la amante de la percusión Rucculla y el efectivo trío Huias.

En el teatro, los responsables de abrir la veda fueron Novi-sad y Ryoichi Kurokawa y su ambiciosa interpretación de cinco fenómenos naturales. Tras esta actuación, se produjo un largo parón que retrasó todo tres cuartos de hora. La razón fue un problema con la conexión de las proyecciones visuales que iban a acompañar el recital de Hauschka, aunque finalmente lograron solventarlo. El planteamiento ya de por si era espectacular. Un piano de cola en el centro y dos pianos de pared secuenciados a los lados. Todo ello pasado por el barniz electrónico que logró un resultado impresionante, a pesar de no contar con elaboraciones rítmicas demasiado trabajadas. El virtuosismo del protagonista es incuestionable y se encargó de demostrarlo con un cierre analógico que puso al auditorio en pie.

El siguiente en subirse a las tablas fue Alex Augier y su espectacular montaje con el que se rodeó de pantallas en las que la luz se disparaba de una a otra mientras el sonido llenaba hasta el último rincón de la estancia, creando una sensación de paz y ansiedad al mismo tiempo. Martin Messier fue una guinda impresionante a los espectáculos del teatro. Su espectáculo es una ilusión electrizante que te hace arañar los reposabrazos. Placas conectadas con cables y una performance de transiciones de luces que te sumergen en una auténtica ensoñación industrial.

Una vez en la nave, Skygaze nos sedujo con sus trabajadas armonías llenas de reminiscencias al garage, el jungle y el footwork, aunque no nos atrapó tanto como John Beltran, que dejó a un lado el ambient y se sumergió de lleno en puro techno de Detroit, con teclado inclusive, que fue recibido como un bálsamo de hiel y nos hizo bailar como caballos desbocados. Teníamos intención de hacer lo mismo con los siguientes, Factory Floor, con Gabriel Gurnsey a la batería y Nik Colk a los controles digitales, pero desgraciadamente fue la peor actuación de la jornada. Eso es particularmente sorprendente ya que se trataba de uno de los cabezas del cartel, pero su directo hizo aguas por todos lados. Cabalgadas fruto de la descordinación, música lineal y una ausencia de química brutal entre ambos hizo que ansiáramos su despedida. Bailamos porque a eso habíamos ido, pero su actuación fue un desatino tras otro.

Cualquiera diría que el siguiente invitado se vio contagiado por la ausencia de inspiración de los londinenses, porque Lorenzo Senni tampoco nos dio lo que buscábamos. El excéntrico italiano se dedicó a bailar de forma ridícula durante todo su set, complacido sin duda por su estilo burlón y su histrionismo musical calcado a su trabajo de estudio. La audiencia bailó todavía menos que con Factory Floor y la cosa no remontó, porque el cierre a cargo del portugués Ivvvo y su oda al raverismo apocalíptico tampoco terminó de cuajar. Suerte que el verdadero cierre lo pusieron la delicada Julia Kent en el Botánico y los soberbios Rob Hall y Komatssu en el Lanna Club al día siguiente.

Un año más, nos fuimos de Gijón plenamente complacidos, porque lo que habíamos visto a lo largo de un fin de semana intensísimo, era tanto y tan variado, pero sobre todo tan sobrado de originalidad, talento y espectacularidad, que de nuevo regresamos a casa convencidos de que el L.E.V. se trata de uno de los festivales más fascinantes, heterogéneos y únicos del país.


Texto: Javi JB
Fotos: Pirus de la Puente y Carla de Reparaz
javijb

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  • La mejor crónica que he leído, felicidades.

    Yo el viernes me quedo con Samuel Kerridge. Fue un vendaval de sonidos oscuros y techno industrial que nos hizo bailar al unísono, especialmente al final de la actuación. Y no has nombrado a Container, el cual, siguiendo un poco la línea jarta de Samuel, se marcó un cierre bastante majo que nos dejó con ganas de más.

    El sábado disfruté mucho con Beltran también, y, aunque es verdad que Factory Floor tuvieron problemas, la sensación final no fue tan tan mala como comentas. A Senni fuimos a verlo con muchos reparos, y he de decir que me gustó más de lo que pensaba, sin que llegara ni mucho menos a brillar por ello. Eso sí, valoro su particular estilo, aunque no lo entienda del todo. Y, por favor, me gustaría destacar para mal el cierre de Ivvvo, ya que no he visto a nadie que lo haya hecho. Fue un cierre increiblemente decepcionante para un festival de esta envergadura. Siguiendo un poco el sonido de Senni, se marcó un directo
    vulgar, insípido y, lo peor de todo, pretencioso. Espero que para próximas ediciones programen con un poco de más sentido el cierre de la nave, porque un festi así merece algo mejor.

    El domingo en Lanna fue un fiestón. Techno, electro, acid e idm de kilates, tanto por parte de Komatsu como del tito Rob, como siempre. Además vengo de escuchar ahora mismo el nuevo EP de Shinra en Analogical Force donde vienen un par de trackazos que metió Rob, uno de ellos para cerrar.

    Podría comentar más, pero es tarde y ya han pasado unos cuantos días y no me acuerdo como me gustaría. El año que viene más.

  • Muchas gracias por tu comentario Ecco! Comparto todos tus apuntes. Espero que coincidamos el año que viene!

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