Foto: Roberto Ortiz

En medio del páramo en el que se ha convertido en las últimas temporadas el panorama festivalero patrio, plagado de carteles clónicos y programaciones hechas sin ningún cariño, el Turborock parece ser un buen refugio a los más exigentes aficionados al sonido de las guitarras. El festival cuenta con un formato peculiar (los conciertos se hacen de forma simultánea en las sedes de Santander y Benidorm), con el que parece que se ha buscado que prime la calidad sobre la cantidad, tanto en el público (en Santander el aforo máximo estaba limitado a 1000 espectadores, en todo momento se ha huido de la masificación) como en un plantel de artistas lleno de nombres interesantes, eso es, con mucha sustancia y muy poco espacio para el relleno. Como escuché comentar a alguien por ahí, “el Turborock tiene todo lo bueno de ver un concierto en una sala, solo que además puedes escuchar los conciertos mientras descansas tirado en el césped”.

Casi en la sobremesa del viernes los barceloneses The Nu Niles arrancaron a tocar ante unas pocas decenas de personas. A pesar de lo complicado que resulta actuar en esas condiciones, demostraron tener tablas como para justificar por qué son una de las formaciones más celebradas del rockabilly español actual, y por qué canciones como “El crujir de tus rodillas” no pueden faltar en ninguna buena pinchada.


Foto: Roberto Ortiz

Con un poco más de público salió a escena King Salami, acompañado por los Cumberland 3. Un negro, un japonés y un francés (sí, como en un chiste) que hacen un r’n’r tan sencillo como divertido, y con una facilidad tremenda para provocar el desmadre, y hacer que el público se ponga a bailar como si les fuera la vida en ello. Es una lástima que les tocara salir a escena tan pronto: de haberlo vivido con un par de cervezas más en el cuerpo y con el auditorio lleno, muchos recordarían este concierto como uno de los más espectaculares del festival.


Foto: Carlos Caneda

A continuación aproveché para subir a la terraza que se habilitó en la parte superior del auditorio, una zona de “descanso” animada con dj’s y en la que también se pudo ver a la representación local del cartel. El viernes fue el turno para Los Derrumbes, que como de costumbre convencieron a base de surf rock instrumental.


Foto: Roberto Ortiz

A The Sadies les precede una fama de tener un gran directo, y por lo que se vio en el Turborock la reputación es totalmente merecida. De hecho, este fue el concierto que más disfruté de la primera jornada. Los canadienses sacaron toda la artillería de un country rock que brilla tanto en los momentos más potentes como en los más sutiles. Son muy grandes y merecen mucha más atención de la que reciben, normalmente relegados a ser meras bandas de acompañamiento de nombres más reputados.


Foto: Roberto Ortiz

El mayor peso del cartel del viernes lo llevó el power pop, con la presencia de tres bandas históricas de este estilo, y de hecho las tres tocaron seguidas. A los fans del género eso les pareció todo un lujo, mientras que al resto les provocó un bajón importante en el ritmo del festival. ¿Hubiera sido mejor programar a estos grupos de forma más repartida en vez de agruparlos en “bloques temáticos”, como se hizo aquí? Dejo la cuestión en el aire, yo no tengo la respuesta.

La cosa es que ya con un poco más de público (debía de rondar las 700 personas, que vino a ser la gente que entró al festival el primer día) salieron Gigolo Aunts, reunidos en exclusiva para tocar en el Turborock tras más de un lustro de inactividad. Aunque nunca fui seguidor de este grupo lo cierto es que no me resultó difícil dejarme engatusar por la nostalgia y los temazos. Y es que el grupo sonó en plena forma, y trenzaron líneas de guitarras y melodías vocales como si nunca hubieran dejado de hacerlo juntos. Vamos, que fue uno de esos conciertos que muchos recordarán como un momento especial y emotivo.


Foto: Roberto Ortiz

A continuación vino el orondo Mathew Sweet, que recuperó las canciones de “Girlfriend” (1991), disco que supone uno de los puntos más altos de su carrera y todo un hito en la historia del power pop. El dulce Mateo cumplió con un concierto correcto, pero que terminó por hacerse algo pesado.

Y la cosa continuó con Nada Surf. Llegados a este punto de la noche la división entre los que estaban disfrutando con los conciertos y los que se aburrían se hizo manifiesta, así que gran parte del público se adelantó para seguir de cerca al grupo, pero también se notó una cierta desbandada hacia el exterior. Los neoyorkinos hicieron un repaso de sus mejores canciones (por ahí cayeron “80 Windows”, “Killian’s Red”, “The Voices”, “See These Bones”…) y solo pararon un par de veces en “If I Had an Hi-Fi”, la colección de versiones que conforma su último LP, con el “Evolución” de Mercromina y el “Love Goes On” de The Go-Betweens. Sonaron contundentes, y Daniel Lorca estuvo especialmente hablador (llegó a hacer de traductor simultáneo mientras tocaban “Fruit Fly”), así que no tuvieron problema en meterse a los fans en el bolsillo. Sin embargo, siempre se me han atravesado las canciones de este grupo, a los que no les veo tan inspirados en la composición como las dos bandas que habían actuado antes que ellos, así que me resultó un concierto entretenido pero no sobresaliente.


Foto: Roberto Ortiz

Y para cerrar el escenario principal tocó cambio de tercio: fuera las melodías delicadas y los estribillos celestiales, que es la hora del surf rock instrumental más loco. Man or Astroman? devolvieron al festival los decibelios y la velocidad. Y aportaron ese punto freak que sólo se había visto durante el concierto de King Salami. Aunque estos científicos locos van bastante más lejos, porque cosas como prender fuego a un theremin son de las que marcan la diferencia y se quedan grabadas en la mente por mucho tiempo. En fin, que dieron un concierto espectacular, que sirvió para que marcháramos a dormir con un buen pitido en los oídos y también para anunciar toda la tralla que se nos vendría encima en la jornada del sábado.

Continuará…


Texto: Carlos Caneda
Fotos: Carlos Caneda y Roberto Ortiz

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