He de reconocer que cuando fui a ver a Cracker el pasado martes no podía considerarme fan de los californianos. Obviamente conocía sus principales hits, véase “Low” o “Euro-trash Girl”, y había escuchado sus álbumes más notables unas cuantas veces durante los últimos meses pero hasta entonces, su música nunca había calado mis huesos como para convertirse en uno de mis grupos de Rock más adulados. Ahora la historia ha cambiado y es que después de asistir a la clase magistral de David Lowery, John Hickman y Frank Funaro podría decirse que aún estoy noqueado. Dieron un recital maravilloso, uno de esos de los que sólo los más grandes pueden hacer gala. Tanto que casi no tengo palabras para describirlo… aunque de todos modos, lo intentaré.
Cuesta creer que una banda tan increíble como Cracker no consiga agotar las entradas de una sala de aforo medio como es El Sol, pero así es. Claro que, vista la respuesta del público, en términos de asistencia, ante otro gran concierto como fue, por ejemplo, el de los Deadstring Brothers en la Boite, tampoco es tan difícil de comprender. En cualquier caso, El Sol prácticamente se llenó de gente y aunque muy tranquila -más de lo debido, quizás- se logró condensar un ambiente tan caluroso como la ocasión lo merecía. Además, fue una suerte que Heart Of Gold eligiera este rincón y no la Heineken, que es la sala en la que Cracker tocaron en sus dos visitas anteriores.
Rompieron el hielo los valencianos
Euro-Trash Girl y su música claramente influenciada por el maestro
Young y grupos ahora tan de moda como, por ejemplo,
Wilco. Una acertada combinación de americana y pop rock. Lo cierto es que cuesta encontrar dentro de nuestras fronteras un grupo que encaje mejor junto a
Cracker por lo que la elección de que fueran sus teloneros durante su extensa gira por España fue idónea. Ellos por supuesto están de acuerdo -por algo “homenajean” a los americanos con su nombre- y por ello aprovecharon la ocasión con creces, brindándonos con un concierto digno de muchos grupos adulados en todo el mundo.
Gracias a buenos temas como “Red Hair” o “Thirteen Miles” alcanzaron el notable y si no llegaron al sobresaliente fue porque las guitarras se comieron totalmente la bonita voz de Judit en muchas canciones. De hecho, en algunas de ellas quedó totalmente anulada. Por otro lado, mención especial a Mónica, la teclista, que con su Hammond logra impregnar de una esencia especial al sonido de la banda. Si no fuera porque en líneas generales resultan vagamente asépticos y les falta algo de garra sobre las tablas, está claro que estarían en el podium del rock estatal.
Pasadas las once de la noche, el trío de ases tomó el escenario y a partir de ese momento fuimos enteramente suyos. Imparables desde el primer tema y rockeando con sus temas de corte más cañera e incluso algún que otro tinte punk, enlazaron como quien no quiere la cosa varios temas de su último trabajo, , “Yalla Yalla (Let´s Go)”, “100 Flower Power Maximun” o “Show Me How This Thing Works” hasta que saludaron al respetable diciendo “Buenas, somos Cracker”. Estaba claro, quién sino.
Y en plena carrera, de repente, pisaron el freno y comenzaron a tocar temas más lentos. Por supuesto eso no supuso una deficiencia sino todo lo contrario; Cracker son tan buenos que en vez de provocar un bajón en el concierto lograron dar una perspectiva distinta e igualmente rebosante de genialidad. Veinte años a sus espaldas y una fuente inagotable de talento tienen la culpa. Y así se deslizaron entre el público canciones en las que Hickman pudo lucirse, como “Wedding Day” o “Lonesome Johnny Blues”, o duelos protagonizados entre ambos, “Get Off This” y momentos deliciosos gracias a perlas como “One Fine Day”, “The Riverside” o “Bid Dipper”.
Por un lado, uno de los grandes puntos a destacar es sin duda la facilidad de Hickman para tocar una limpieza y fuerza impresionantes. Para mí es sin duda uno de los principales guitarristas del género y da verdadera gloria contemplar su destreza con las cuerdas. Y por otro lado es igualmente notable la gran presencia de Lowery y su potencia y sensibilidad vocal. Dio la sensación de que estaba cabreado y le costó dejar entrever una sonrisa que finalmente exhibió al contar una divertida anécdota que precedió a “Euro-trash girl”. Ésta versó sobre una anciana que en una ocasión pidió gritando ese tema en mitad de un concierto refiriéndose a ella como “la canción de la puta europea”. Además de ésta también tocaron hits como “Low”, del que deben estar hasta el gorro, y el inesperado y magnífico “Happy Birthday to Me”, de su disco homónimo. Es asombroso que no lleven una lista de canciones ni elaboren un set list, sino que, en cierto modo, improvisan y tocan lo que les apetece en ese momento, ajustándose, eso sí, a ciertos límites para que el público salga de la sala completamente anonadado. Y desde luego, lo consiguen.
Completamente en forma, destilaron una ejecución perfecta en cada tema durante hora y media sin descanso hasta que desaparecieron tras las cortinas. Breve descanso y un bis que terminó con la citada belleza del feliz cumpleaños y la genial revisión de “The Man In Me”, de Bob Dylan. Lo cierto es que dio la sensación de que podrían tocar durante toda la noche y aunque lo hicieron durante una hora y tres cuartos, nos quedamos con ganas de más. Vaya, que aún así se nos hizo corto. Fue demasiado soberbio. Es cierto que veníamos avisados por parte de las ciudades precedentes a Madrid pero yo no me imaginaba un recital tan perfecto. Ahora mismo, sólo puedo esperar que vuelvan pronto. Desde hoy cuento los días…
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